Narrativa infantil
De Rutsí, el pequeño alucinado. Lima:
Rutsí permaneció algunos días entre esta gente sencilla y bondadosa, y quizá hubiérase quedado para siempre en el tranquilo pueblecito de pescadores, a no ser por ese deseo imperioso que sentía de llegar a la Gran Ciudad. Así pues, una tarde, después de la faena del día, le preguntó a Vicente:
—¿Cuándo partimos?
Vicente le repuso entonces que se había encariñado con esa vida y que no pensaba volver al tambo. Y luego trató de convencerlo para que él también permaneciera a su lado, en la tranquila casita del pescador. Pero ya conocéis demasiado al testarudo Rutsí y todo cuanto le dijo su amigo fue completamente inútil.
Vicente, muy apenado, le regaló su asno blanco para que pudiera regresar hasta las lomas desde donde se divisaba la ciudad. Y una mañana temprano, lo acompañó un buen trecho y se despidió de él, no sin haberle dado antes algunos buenos consejos…
Cabalgó solitario durante todo el día, absorto en sus planes y esperanzas. Otra parte del tiempo transcurrión repasando en la memoria sus peregrinas aventuras, desde la noche en que dejó de ser un geniecillo del río. Y al hacer el recuento se sintió orgulloso de todo lo que le había acontecido. Recorrió los desiertos y arenales, atravesó los largos caminos bordeados de sauces a cuyos lados se extendían los sembríos y, al fin, esa tarde cuando ya oscurecía, llegó nuestro pequeño a la gran ciudad. Su corazón latía velozmente. Ya se divisaban los arrabales confundidos con la niebla. Ta se escuchaba un zumbido como de colmena. Entró por unas feas callejuelas, oscuras y populosas, y se encontró con un grupo de chicos que jugaban en la calzada. Apenas lo divisaron, corrieron tras de él, persiguiéndolo en medio de gran algarabía. Burlábanse divertidos de su menuda figura, puesta a horcajadas sobre el blanco jumento […].
Narrativa
De “Los dos cerros”. Relato en Cultura y Pueblo 2(5). Publicación de la Comisión Nacional de Cultura. Lima, enero-marzo de 1965
—Yo huiré solo —pensó Juan el pastor al ver la interminable fila de hombres, mujeres y niños, que hambrientos y miserables abandonaban su aldea.
Una terrible sequía asolaba la región, diezmando el ganado y arruinando las cosechas. El cielo se negaba a dejar caer sobre los campos la lluvia bienhechora y los lechos de los ríos estaban resecos y silenciosos.
—Atravesaré la cordillera por entre aquellas elevadas cumbres y llegaré al otro lado, en donde quizás las tierras sean más fértiles. Encontraré trabajo en una hacienda, y más tarde, cuando haya reunido algún dinero, volveré por mi madre y mis hermanos.
Pero la ascención era larga y penosa y la noche se aproximaba. Un viento helado soplaba sobre la “puna” desolada.
—Si pudiera encontrar un lugar abrigado en donde refugiarme… Estoy cansado y hambriento. Mis provisiones se han terminado.
Y miró con angustia a todos los lados… De pronto, allí, en la lejanía, distinguió una pequeña choza enclavada sobre la cumbre de un cerro, como un nido de cóndores. Hacia ella se dirigió, deteniéndose muchas veces para tomar aliento: Al fin llegó ante la puerta y llamó con gran ansiedad. Poco después ésta se abría, para dejar asomar la cabeza de una hermosa muchacha.
—¿Qué deseas? —le preguntó.
—Algo de comer y un techo para, cobijarme esta noche.
Al escuchar estas palabras la joven le dijo con voz atemorizada:
—¡Vete pronto, porque si mi padre nos sorprende te matará
Y cerró la puerta.
El pastor insistió:
—¡Déjame entrar, por favor…! Si permanezco a la intemperie moriré de frío o me devorarán los pumas hambrientos.
La puerta se abrió suavemente y una mano delicada y morena le ofreció un pedazo de pan y un jarro de chicha.
—Gracias —dijo él. ¿Pero por qué no me dejas ver de nuevo tu rostro?
Entonces la mano desapareció y la puerta se cerró nuevamente.
Por tercera vez llamó el pastor para pedirle a la muchacha un lugar en donde cobijarse esa noche.
—En el corral que se halla detrás de la casa hay unos sacos de paja. Abrígate con ellos —dijo la voz de la desconocida.
El pastor fue al corral y escondido entre los sacos de paja se quedó dormido.
Lo despertó una voz ya cerca de la medianoche. Era un enano contrahecho, horrible, que llegaba arreando un rebaño de llamas. Alumbrado por la luz de la luna, fue contándolas ansiosamente mientras las descargaba, hecho lo cual desapareció dentro de la choza.
Entonces una de las llamas dijo:
—Dentro de dos días habrá luna llena y nuestro amo irá a reunirse con los espíritus del lago.
Y otras añadieron:
—¡Cuántas fechorías harán!
—¡Dañarán las sementeras!
—¡Desatarán el granizo!
—Y el viento…
—Y el trueno…
—Sí, pero la lluvia no caerá sobre los campos hasta que nuestro amo vaya a habitar con ellos en el fondo del lago.
—¿Y cuándo sucederá todo esto?
—Cuando un mortal se lleve a su hija para casarse con ella.
[…]
Sobre literatura infantil
De “Ha llegado el momento de que tengamos literatura infantil peruana – declara la señora Cota Carvallo”. La Crónica, martes 9 de febrero de 1954 (sobre la creación del Instituto Peruano de Literatura Infantil):
En primer lugar, me parece que [la finalidad de crear un Instituto de Literatura Infantil] sería estimular la producción literaria dedicada a nuestra juventud q’ [sic] hasta el momento ha sido muy escasa […].
La falta de estímulo y la carencia de editoriales han determinado esta ausencia de escritores entre nosotros. Ha llegado el momento de que tengamos una literatura infantil de acuerdo con nuestro ambiente y nuestra sensibilidad. Debemos olvidarnos ya de los reyes, las hadas, los dragones y otros personajes importados y anacrónicos […].
En nuestro rico folklore […] puede encontrarse una magnífica fuente de inspiración. Los personajes históricos, serían también ampliamente conocidos por nuestros niños. La descripción del paisaje peruano, tan variado como hermoso, le haría familiarizarse con los nombres de su fauna y de su flora, despertándole amor por la naturaleza. Conociendo al habitante de sus distintas regiones tendría desde pequeño más conciencia de su raza y de su historia […].
Otra finalidad que debe perseguir un Instituto de Literatura Infantil […] es crear revistas nacionales dedicadas a los niños. Es necesario liberarlos de la perniciosa influencia de ciertas tiras cómicas muy difundidas entre nosotros, donde se enaltece a personajes como pistoleros que fomentan en la juventud ese afán de sensaciones intensas dañinas, por desgracia muy común al hombre de nuestra época […].
Ensayo
De “Túpac Amaru y Pizarro”, Expreso, Lima, jueves 10 de agosto de 1972:
[…]
Túpac Amaru fue una de estas figuras, durante mucho tiempo silenciadas, porque así convenía a los intereses de una clase de hombres que usufructuaban del poder. La cruel y horrible muerte que padeció sólo sirvió para acallar o contener la rebeldía de sus contemporáneos. Ha sido necesario destruir muchos prejuicios y sobre todo que se operara un cambio en la mentalidad del hombre peruano para que fuera apreciada en toda su dimensión la grandeza de su sacrificio. En esta misma forma se irán reivindicando otros muchos personajes del pasado hoy que estamos en camino de lograr nuestra verdadera independencia, tanto en lo económico como en lo social y cultural y que empezamos a sentirnos capaces de forjar sin ayuda ajena nuestro propio destino. Muchas efigies como la del Conquistador Pizarro serán reemplazadas por otras, de los verdaderos peruanos y nuestra historia no será enfocada ya desde el punto de vista de los que llegaron a conquistarnos, sino desde el de americanos y peruanos auténticos que fuimos sometidos por los invasores extranjeros que desbarataron nuestra milenaria cultura y nos convirtieron en sus vasallos. Nuestro sistema de vida ha copiado hasta hace poco tiempo los moldes impuestos por los conquistadores. Los peruanos no hemos podido despegar los ojos de los usos y costumbres de la Colonia y mucho tiempo después de lograda nuestra independencia, hemos seguido considerando a la “Madre Patria” como el único modelo digno de imitar, menospreciando los valores y características que nos eran propios. Por este motivo, conservamos hasta hoy la estatua de Pizarro en nuestra plaza principal. En su lugar deberíamos colocar la efigie de Manco Capac o de Atahualpa.
Nos ha faltado orgullo para enfocar nuestra historia desde el punto de vista de auténticos peruanos. La independencia no alteró en lo esencial esta actitud ni esta mentalidad. Nuestras costumbres siguieron la línea tradicional. Y muchas figuras notables de nuestra patria se sintieron los colonizadores en su propia tierra.
Pero últimamente las cosas han cambiado. La ciudadanía se ha sorprendido por el nuevo giro que ha tomado la política en nuestro país. En un inesperado gesto nuestros actuales dirigentes nos han demostrado que ya han tomado conciencia de su papel ante la historia, y procediendo en una forma diametralmente opuesta a la de sus antecesores, se ha dispuesto retirar el gran retrato de Pizarro, que colgaba de un muro en el salón del Palacio Presidencial para sustituirlo por el de Túpac Amaru. ¿Por qué han de inspirar los actos de nuestro Gobierno la imagen del conquistador, el hombre que se burló de la buena fe de Atahualpa, sin respeto alguno por lo que él representaba, ni por la confianza que en su persona había depositado y lo mandó ajusticiar en la plaza de Cajamarca? […]
La actitud de] Gobierno peruano tiene un doble significado. El primero: recordar a la ciudadanía el valor de la figura de Túpac Amaru, y restituirlo al lugar que le correspondía en nuestra historia. El segundo, la ausencia de preferencias elitistas. El retrato de Pizarro ya no como un símbolo, sino por su calidad artística puede ocupar un lugar destacado en el Museo de Arte. Su autor fue el gran pintor peruano Daniel Hernández, quien se formó en París al lado de grandes maestros y cuyas obras más notables fueron las “perezosas”, bellas cortesanas envueltas en sedas y tendidas sobre cómodos divanes. El retrato de Túpac Amaru ha sido pintado por un hombre común, un hombre que confiesa ingenua y modestamente que su gran ambición es aprender a pintar en la Escuela de Bellas Artes. Este hombre es el que ha puesto su pincel vacilante e inexperto al servicio de su pueblo y cuyo mérito principal reside en la sinceridad y el amor con que ha ejecutado su obra.
De un texto de Rodrigo Núñes Carvallo sobre su madre, Cota (cortesía del autor):
Cota tiene ya 16 años. Un día el padre le pregunta: ¿a qué te vas a dedicar en la vida? Ella responde sin dudarlo: Seré pintora ¿Y dónde estudiarás, hijita? En Bellas Artes, papá. Don Armando se toma la cabeza entre las manos, ante la cara de incredulidad de Eugenia, la madre. Nos mudaremos, dice a la mañana siguiente durante el desayuno. Su mujer lo observa con sus azules ojos al borde del llanto. Que todo sea por ella. Es hora de marcharnos. El padre liquida sus negocios que ya están de capa caída, y lían bártulos. Regalan los pájaros, se deshacen de muebles y de plantas, rematan lo que no es indispensable. La madre ordena por última vez los baúles en el andén, cubre los asientos del vagón con unas blanquísimas sábanas y mira por la ventana el desierto con nostalgia. Para el padre que ríe nerviosamente es una huida. Esta cerca de la bancarrota. Al poco tiempo ya están instalados en Lima. Un hermano de la madre les presta una casita en la calle Bresciani de Barranco.
Bellas artes es un hervidero de ideas y colores. El maestro Hernandez muere intempestivamente y Sabogal es nombrado director. Desde su taller propugna una nueva mirada del Perú y romper con ciertos moldes académicos: El indigenismo. Cota se suma a esta corriente, con Enrique Camino Brent, Camilo Blas, Leonor Vinatea, Carmen Saco, Reneé González Barúa y Alicia Bustamante Vernal, que siempre está acompañada de su hermana Celia. Paulatinamente sus alumnos abandonan los salones, sacan los pinceles y los caballetes a las calles, y vuelven los ojos hacia los Andes. El indigenismo es una suerte de compromiso social y estético. Con las hermanas Celia y Alicia Bustamante se integra al Socorro Rojo. Llevan libros y alimentos a los presos políticos.
Cota egresa de Bellas Artes en 1933 con las mejores calificaciones y se casa con un joven crítico literario expulsado de San Marcos. El amor renueva los intereses literarios. Él le regala nuevos libros: Oswaldo Spengler, La montaña mágica de Thomas Mann, la nueva poesía española de la generación del 27.
El viaje de luna de miel se convierte en una expedición al sur andino, Su esposo prepara una tesis sobre las poesías de vanguardia, y se reúne con poetas y narradores de Arequipa, Puno y Cusco. Los Peralta, Emilio Vásquez, el cholo Nieto y el padre Lira. Ella pinta mucho durante ese descubrimiento del Perú de raíz india, a la acuarela, al óleo, y sigue escribiendo el diario que le sirve ahora como cuaderno etnográfico. Relata sus conversaciones, hace apuntes rápidos a lápiz o lapicero, transcribe los cuentos y leyendas que escucha, está atenta a los nuevos aires musicales que llegan a sus oídos, se deslumbra ante el arte popular que lucha por sobrevivir. Ha calado en ella la prédica de las hermanas Bustamante y de José María Arguedas, que acaba de publicar Agua y se casará con Celia.