Dora

Mayer

Periodista, pionera en la defensa de la causa indígena
Dora Mayer retrato

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Textos escogidos

De “Memoria del Secretario General”, El Deber Pro-Indígena 3(38), noviembre de 1915 (elaborado por Dora Mayer en ausencia del Secretario, Pedro Zulen):

Sea porque la robusta raza aymará no soporta su cruz con la misma resignación como otros de los componentes de la colectividad nacional ó porque las continuas tentativas hechas por ella para sacudir la garra de su victimario ha exaltado más las pasiones de éste, lo cierto es que Puno figura con insistente relieve en los clamores que se dirigen a la Asociación Pro-Indígena ó, por conducto de ella, al supremo gobierno. El incesante y sistemático avance de los latifundios sobre la pequeña propiedad, comunal en su mayor parte, es allá, como en casi todo el Perú, causa de un hondo malestar social que puede conducir al definitivo desmoronamiento de las bases de existencia del Estado.

De “De la historia de la Asociación Pro-Indígena”, El Deber Pro-Indígena 47, agosto de 1917:

Pedro S. Zulen dijo en su primera memoria anual que leyó como Secretario de la Asociación Pró-Indígena, y lo mencionó también en conversación confidental conmigo, que mi discurso pronunciado en el Centro Universitario el 24 de abril de 1909 fue la causa inspiradora de la obra de la Asociación protectora del habitante autóctono del Perú que él organizó con empeño admirable. Somos, pues, nosotros dos, los creadores de la Asociación Pró-Indígena, a la que se agregaron como colaboradores personas muy distinguidas e ilustres, superiores muchas de ellas a nosotros en posición social, influencias y experiencia práctica.

De “La historia de las sublevaciones indígenas en Puno”, El Deber Pro-Indígena 3(48), 1917:

En todos los años transcurridos del siglo XX no ha habido verdaderas sublevaciones indígenas en Puno, como hubiera algunas con aspiraciones á una reahabilitación política ó siquiera de enmienda de insoportables condiciones sociales para la raza nativa del país, en siglos anteriores. […] Las “sublevaciones indígenas” las fraguan hoy los gamonales con el fin de extender su feudal dominio. Dos nombres se destacan entre los demás de afincados que los peticionarios puneños denuncian en calidad de despojadores de sus propiedades y perseguidores de sus personas. Al lado de don Bernardino Arias Echenique y don Angelino Lizares Quiñones los otros gamonales del departamento son campeantes de menor cuantía, ya que don Agustín Tovar ha ido á rendir cuentas á Dios, dejando sucesores que no han heredado su conspicuidad pública. Don Angelino Lizares Quiñones se distingue de don Bernardino Arias Echenique, no en los rasgos más particularmente característicos del feudalismo local, sino en una concepción más vasta de sus ambiciones, que toma la forma de proyectos políticos que no caben dentro de la rutina en que se acomoda su rival. Don Bernardino Arias Echenique se conforma con ser representante á Congreso y tirano en su tierra con los indios de su comarca, don Angelino Lizares Quiñones sueña con innovaciones constitucionales del estado que á él como su organizador, habrían de dar, seguramente, una jefatura de gobierno; en tal virtud necesita conquistarse partidarios y adherentes; simula una protección á los indígenas […].

De “La mentalidad de las épocas”, Almanaque ilustrado del Perú, Lima, 1926

Lima era una ciudad romántica.

Las beatas sin desayunarse estaban en la iglesia.

La población vivía en tolerante acomodo con el desaseo de las calles y las casas.

Los padres celaban a sus hijas y a veces hasta a sus hijos varones. Las niñas, perseguidas por el espectro del deshonor, no salían jamás a la calle solas, sino acompañadas de un hermano, una sirvienta o una dueña.

Las mantas y mantillas decían que esta no era una capital sajona o francesa, sino morisca. Los zaguanes y los balcones cerrados, decían lo mismo.

Pudo existir un ateneo donde se recitaban suaves sonetos líricos y retumbantes decimeros épicos.

Los universitarios conocían la gramática y los clásicos de pe a pa, y los muchachos de las escuelas públicas rendían exámenes brillantes de lecciones memoristas.

La aventura política ponía una nota estimulante en la monotonía de los días: entraban valientes montoneros sin más mérito que sus hazañas y figuraban y figuraban hazañas sin más mérito que educar al hombre en la bravura. Derroche de vidas, derroche de comida, derroche de dinero: oculto contubernio de clases y razas; modorra en los campos; orgía en los burgos; viruela anual; clasicismo estancado; virtuosos encogidos e hipócritas; pasionistas brutales y sangrientos; lirios de virginidad y robles de austeridad en medio de una flora de pantano.

Insensiblemente llegó una época distinta. Surgieron la idea de lo práctico, el culto al trabajo; la aspiración al modernismo; la rebelión contra las trabas morales. Los viejos mentores perdieron su poder. La manta desaparece. El sombrero invade la iglesia. La palabra de los padres enmudece. Solas salen las niñas a la calle; no para quedarse solas, sino para reunirse con la pareja. Pero estas parejitas de enamorados no repiten los versos de Becker [sic]. Ha venido una música nueva: la del tango con la copa del champán, y la descoyuntada poesía cubista. Versos raros, incoherentes, traducen la desorientación de la época post-Guerra Europea. Hay libertad —una libertad amplia y nueva— una ausencia completa de frenos […] ¡Comercio! ¡Todos quieren comercio!

En el comercio cabe la moralidad; pero la moralidad no nace del comercio. La moralidad necesita para brotar, de un terreno más cálido que el interés y el código de honor mercantiles.

La mentalidad de hoy, la mentalidad comercial, desarrollada en doncellas, obreros, campesinos y aristócratas, es dura. Es desolada como un páramo. Es seca como un desierto. Es un campo accesible a los impulsos de odio y lucha, o a compromisos y alianzas convenencieras. ¡Ayer nos moríamos de calor, hoy nos morimos de frío!

El sol morisco ha cedido el sitio al hielo norteño. Ya no incuba microbios malos el aura tórrida, sino que mata microbios buenos el aire glacial.

¡Oh, el frío de la época de ahora! ¡Oh, el fuego de paja de los esplendores cinematográficos, que acalora fugaz y se extingue en un minuto! ¡Oh insensibilidad de las almas mercantilizadas! ¡Oh, el frío de este invierno! ¡Que venga una mentalidad de una época mejor que las habidas!

 

De “Lo que ha significado la Pró-Indígena”, Amauta 1, setiembre de 1926:

[…] Mariátegui pertenece a una época inmediatamente posterior a la vida de la Asociación Pró-Indígena [sic]. Cuando la muerte de esta institución hacía surco en la conciencia pública del Perú, él estaba lejos, en Europa, y ocupado con problemas de sociología mundial. Cuando Mariátegui volvió, se encontró con que la Asociación Pró-Indigena había pasado a la historia, y figuraba como un valor diversamente apreciado por los críticos, pero, en fin, como un valor digno de ser tomado en consideración.

Y ese espíritu inquieto de luchador, que tiene afinidad moral con aquellos componentes de grupos que honradamente han deseado hacer algo por la rendención de la Patria o de la Humanidad de sus dolencias evolutivas, sintió curiosidad de medir la importancia de la Asociación Pró-Indigena en el proceso social de nuestra Nación […].

En fría concreción de datos prácticos, la Asociación Pró-Indígena significa para los Historiadores lo que Mariátegui supone: un experimento de rescate de la atrasada y esclavizada Raza Indígena por medio de un cuerpo protector extraño a ella, que gratuitamente y por vías legales ha procurado servirle como abogado en sus reclamos ante los Poderes del Estado.

La Directiva de la Asociación, centralizada en Lima, se esforzaba por mantener en toda la República un personal de delegados, seleccionado por su integridad comprobada, que fiscalizara la exactitud de los datos llevados al conocimiento de la Secretaría General y que gozara de cierto poder de iniciativa en su localidad particular, oponiéndose a los abusos ó faltas de toda clase que cometían los burócratas, gamonales ó clericales en nuestro anacrónicos medios feudales […].

De esta labor, que duró seis años en pleno auge, se ha derivado una casi completa documentación sobre todos los aspectos del problema indígena, llevando a la conciencia de las clases dirigentes el sentido de los males que urge combatir en el país, y a la conciencia de la población oprimida ese aliento que otorga el consuelo de un apoyo y de una enérgica proclamación de la justicia de su causa […].

Hablo con la absoluta sinceridad que es mi tributo obligado de agradecimiento al fundador de la revista “Amauta” por haberme dado esta feliz oportunidad de expresar lo que extemporáneamente difícil habría sido decirlo aunque debiera haberse dicho. Hablo con una absoluta sinceridad en que no caben reservas, ni falsas modestias.

El domingo 8 del mes actual, hallándome en una actuación en el Local de las Aliadas, Plazuela de Santa Catalina, tuve la inmensa satisfacción de escuchar una referencia hecha por el artesano limeño don Teodomiro Figueroa, a la obra redentora emprendida por mi esposo y continuada por mi, y luego se presentaron cuatro indios, deseosos de verme y me saludaron titulándome su Mama Ocllo. Sentí, halagada en ese momento, que una idea en el exterior respondía a un pensamiento que abrigo en el interior: “la, mayoría de los pueblos, he pensado muchas veces, conserva la leyenda de un fundador político; así el Guillermo Tell de la Suiza; el Cario Magno de los germanos; Guillermo el Conquistador de los británicos; Rómulo y Remo de los latinos y las grandes religiones tienen su Buda, su Confucio, su Cristo, hombres solitarios o solteros”.

El Perú posee en Manco Capac y Mama Ocllo el hermoso símbolo de la pareja fundadora, es decir el símbolo de la perfección social más completa dentro de los moldes de la vida humana tal como es en nuestros tiempos. Ni el hombre solo, ni la mujer sola, sino una doble individualidad fundida en la maravillosa unidad del complemento.

La raza indígena peruana ha necesitado categóricamente de un renacimiento, después de la época vencida que le dieran el Primer Inca y su Consorte. Este renacimiento, permítaseme decirlo en nombre de la fé verdaderamente apostólica con que trabajamos los dos a quienes la voz general reconoció como el alma de la Asociación Pró-Indígena, lo ha presidido otra vez una pareja: Pedro S. Zulen y Dora M. de Zulen.

De “La idea del castigo”, Amauta, 3, noviembre de 1926:

Hace tiempo que he querido escribir sobre el tema del castigo, y este trabajo sería largo —No cabría sino en una serie de artículos.

Ahora pide el momento que ponga mano a la obra refiriéndome al proceso por la muerte del comisario Dittmann en la Oroya, visto recientemente en el Primer Tribunal Correccional y elevado actualmente en última instancia a la Iltma. Corte Suprema de Instancia.

Vendrá pronto una generación que condenará el principio del castigo, como ya se está condenando el principio de la esclavitud.

Demás se sabe que la esclavitud positiva o relativa subsiste aún en el mundo a pesar de la sentencia que se ha pronunciado sobre ella, y lo mismo sucederá por mucho tiempo con el método del castigo. Pero, el primer soplo que rompe las barreras que entristecen a la humanidad es el reconocimiento de la verdad de que no hay derecho a esclavizar, ni a castigar, al prójimo. En adelante, la esclavitud y el castigo seguirán siendo prácticas, despojadas del prestigio de ser un derecho, y así se habrá dado un paso de importancia inmensa en cambiar la mentalidad social en su apreciación del delito y del crimen […].

En rigor de exactitud debe reconocerse que el afán de castigar que domina todavía en todas las esferas sociales significa casi nunca otra cosa que sanción de vengador. Muy pocos preguntan, y aún los que preguntan no averiguan, si los castigos sirven efectivamente de remedios de sociedad.

De “América para la humanidad”, Amauta 9, mayo de 1927:

En rigor de verdad todos los sud y centro americanos han sido de semejante modo declarados indignos de poseer la ciudadanía americana, por que los sud y centro americanos legítimos son hombres de color o de raza mezclada. ¿Qué hacer ante dicha contingencia? ¿Disimular cortésmente la conciencia de la soberbia que el “hermano” norteamericano lleva en su pecho o procurar blanquear más y más la raza colombina, a fin de poder ser admitidos al festín de banqueros de Wall Street?

De “El problema religioso en Hispano-América”, Amauta 10, diciembre de 1927:

Aunque dudo que sea cierto todo lo que se le ha hecho creer al Papa sobre las barbaridades cometidas contra el clero episcopal durante la actual agitación religiosa en Méjico, no dudo que se hayan cometido muchas arbitrariedades contra sacerdotes y fieles católicos, en retorno de otras arbitrariedades inferidas anteriormente a la inversa de parte a parte. No hay que cegarse: el hombre es hombre, aunque alardee de ser socialista o patricio, cristiano o pagano, blanco o amarillo, alemán o francés, joven o viejo.

Supongo al mismo tiempo que en Méjico, igual que en otros lugares donde se hayan suscitado conflictos entre el Gobierno y la Iglesia, la mujer haya estado en término general con pasión del lado del clero […].

La mujer no ha sido dominada tan solo puniblemente por el clero, sino que le debe a éste una deuda legítima y positiva de gratitud. Todo aquello contra lo que se rebela hoy día el socialista: la iniquidad de las leyes, la servidumbre personal, el desprecio sufrido como categoría o clase, la explotación desvergonzada por el más fuerte, todo eso lo ha impuesto y lo impone todavía, ese mismo socialista, como hombre al sexo femenino, y en faz de todos estos agravios, la mujer no ha tenido a quien acudir sino a la Iglesia, al Clero, los que mal que bien, han restañado algunas de sus heridas; la han amparado al pié de los altares y en las puertas de los conventos; han procurado hacer valer sus reclamos de consagración matrimonial; han buscado como aliviar su pobreza; han rezado con ella, invocando un consuelo sobrenatural. La idea del templo está enlazada tiernamente con las hondas penas que un dolor extremo hace necesario, de la esposa decepcionada, de la madre abandonada y de la novia feliz que quisiera dar a sus ilusiones vida eterna. En los confesionarios, tan vituperados, con fundamento por desgracia, no todo es culpa e hipocrecía [sic]; también hay párrocos que tienen una hermosa foja de servicios, habiendo sabido ofrecer a las almas excelentes remedios, sugeridos por la amplia intimidad con el corazón humano que han adquirido durante su ministerio […].

Ahora; si una mayoría de mujeres estuviese en un país del lado de la Iglesia Católica, habría que ser muy poco liberal si se considerase el deseo de los liberales como resuelto favorablemente por la opinión común. La mujer forma el pueblo junto con el hombre y por fin ¿qué habría decidido el voto popular por mayoría? Es que el voto popular a veces no incluye el voto femenino, pero la vida social total sí incluye el sentir de la mujer.

¿Necesitaríamos continuar amontonando pruebas de que los libertarios son tan tiranos como los tiranos a quienes con furia pretenden derrocar? […].

Llamo nacionalista el empeño de las colectividades o de sus guiantes de mejorar las condiciones étnicas y locales con el propósito de conseguir un levantamiento moral y material de la heredad patria. ¡Noble objeto! El verdadero patriota ambiciona que su nación se iguale en cualidades a las naciones modelo, que desaparezcan de su terruño los lunares que ante el criterio mundial le causan vergüenza y no dejar el sitio vulnerable por donde pueda penetrar la insidia de un veneno mortal o de cualquiera acechanza contra la soberanía de la personalidad política.

De “Voces de alerta frente al imperialismo yanqui”, Amauta 6, febrero de 1927:

Yo creo haber puesto la mano sobre el corazón del Perú y creo haber auscultado su latido.

Concebí que ningún pleito sería susceptible de terminar en que los litigantes no quisiesen abandonar los dos extremos opuestos en que se habían colocado y avanzar hacia el medio en que fuese posible que se dieran la mano. En tal entender no hallé mal considerar el factor conciliador que se ofreciera con el deseo de Bolivia de salir al mar y convertir en ofrenda de fraternidad sudamericanista la peligrosa manzana de la discordia que tenemos en Arica.

Emitiendo esta opinión públicamente logré cerciorarme de la psicología del ambiente. Mi primer artículo en “La Tradición” obtuvo una vehemente refutación; mis amigos no se declararon convencidos con mis teorías; mi pequeño drama “Tacna y Arica. El Juez”, no gozó de una acogida como habría recibido si hubiese sido una furiosa embestida contra los chilenos o un himno a la justicia wilsoniana.

Lo recto, lo consecuente con el único fuerte ideal común que ha abrigado la nación peruana durante casi medio siglo, sería en verdad mantenerse fiel a la vieja esperanza: la devolución de Tacna y Arica al Perú, y por eso me he inclinado reverente ante el sentir que respondió a los argumentos que nacieron de mi percepción de la parte práctica de la vida, que entraña principios tan imprescindibles como los relacionados con la conservación de la existencia.

Siempre he sido idealista. No podría divorciarme de la idea de la Nación sobre un punto que envolviera un ideal con el cual en el fondo tendría que estar de acuerdo. Si la Nación dice: “nada menos que Tacna y Arica peruanos; nada menos que la justicia por la cual hemos luchado durante cuarentaitres años, yo estoy con ella.”

Pero exijo y quiero que la Nación se pare firme en esa noble y altiva declaración de su íntimo y profundo sentimiento y abomino de que caiga, después de sus elevadas intransigencias y sus severas protestas, en una debilitante ambigüedad.

Desgraciadamente he podido comprobar también la existencia de una fracción de opinión en el público a cuyo concepto responde la parte ambigua del Memorandum Peruano. Hay personas en nuestra población que dicen “antes que los chileros, los norteamericanos”. Hay personas que desearían vengarse de Chile, quitándole la presa y poniéndola en un lugar tan seguro que por mucho  tiempo no podría ser recuperada por nadie, ni por Chile, ni por el Perú. Al mismo tiempo, un lerdo resentimiento se dirige contra Bolivia, que nos abandonó en la Guerra del Pacífico. ¿Merece Bolivia que le hagamos un favor? ¡No! El rencor y la venganza nos echan en brazos de Estados Unidos, nuestro avariento protector. Qué nos importa la avaricia de Estados Unidos; todavía no le tenemos odio y rencor a esta República, porque todavía no hemos entendido que su imperialismo es el imperialismo de Chile centuplicado y la traición de Bolivia decuplicada.

“Antes que los chilenos, los norte-americanos” que venga la internacionalización o neutralización, aunque comprendamos qué maniobra se esconde bajo estas palabras”.