Raúl Porras

Barrenechea

Historiador, investigador, jurista y diplomático sanmarquino

Raúl Porras Barrenechea retrato

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Textos escogidos

De “Discurso en la inauguración de la Exposición Amazónica en Lima, 1° de junio de 1943” (en El Perú y la Amazonía, Lima, 1961):

La lección que se desprende del pasado de la Amazonía es de estímulo y de esperanza. En ella se definen cualidades alentadoras de nuestra estirpe, experiencias educadoras, vínculos de unión y se perfilan claramente las orientaciones de la nacionalidad. Pueblo nuevo en la historia, surgido del brazo fecundo de razas y civilizaciones dispares, orientado hacia el porvenir, nuestro destino es solidario con el destino de la humanidad que lucha con la fuerza inevitable, por el imperio de la civilización fundada en la libertad y en la justicia. Por eso en la batalla milenaria del perú, desde Tupac Yupanqui a Pizarro o Castilla, para dominar la selva y civilizar al hombre primitivo es fácil decidir por donde fluye la vena de la peruanidad sin desviaciones malsanas ni apócrifas filantropías. Entre los indios rebeldes de Juan Santos, que arrasan y queman las florecientes misiones de Chanchamayo e interrumpen la marcha del Perú hacia la Amazonía por más de un siglo y los frailes de Ocopa que enseñan la religión de Cristo, fundan pueblos y aprenden las lenguas indígenas para servir a la etnografía humana, entre cashivos que devoran a los marinos peruanos Távara y Wets, y estos héroes juveniles, entre los Shirenerys que asaltan en el Madre de Dios al Prefecto del Cuzco Baltazar La Torre y este heroico explorador, entre los Aguarunas que sacrifican al misionero agustino Calle y este etnólogo ilustre, entre los Huambisas reductores de cabezas humanas que destruyen las ciudades de Borja y Santiago en 1841 e inmolan a la guarnición peruana del Morona en 1913, no cabe dudar de qué lado estaba el sentimiento profundo e infalsificable de nuestra nacionalidad. El día en que el ingeniero Juan Capelo arrancó una tabla del sepulcro de Juan Santos para marcar el hito 83 en su carrera civilizadora dió una profunda lección de historia. Peruanidad no puede ser, dentro y fuera de la Amazonía, sino lucha de civilización contra barbarie por la humanidad, por la cultura y por la cruz.

Nota de los curadores: a diferencia de nuestros días, hace 100 años se creía aún en los mitos del canibalismo amazónico y se pensaba que las culturas selváticas eran bárbaras y debían ser sustituidas por la cultura moderna: acción civilizadora. La visión de Porras de la peruanidad como imposición sobre los pueblos amazónicos es un ejemplo de un pensamiento que hemos podido superar.

De “El cronista indio Felipe Huamán Poma de Ayala (¿1534-1615?)”, Mercurio peruano XXI(227), febrero de 1946:

Si el Inca Garcilaso es la expresión más auténtica de la historia inca y cuzqueña —la vision dorada y suave del Imperio paternal—, en Sarmiento de Gamboa está la leyenda épica antagónica del señorío tiránico y turbulento de los Hijos del Sol, en Gutiérrez de Santa Clara la pasión y estrépito de la guerra civil entre los mismos conquistadores y en Pedro Cieza de León la visión integral y ecuánime del Incario unida a los más nobles y humanos impulsos del colonizador. El indio Felipe Huamán Poma de Ayala, en cambio, hasta por sus nombres totémicos —huamán y puma: halcón y león— aparece póstuma y sorpresivamente, como una reencarnación de la behetría anterior a los Incas. Su Nueva Corónica y Buen Gobierno no sólo trata de revivir épocas remotas, casi perdidas para la propia tradición oral en los fondos milenarios de la raza, sino que es también, por la confusión y el embrollo de sus ideas y noticias, y por el desorden y barbarie del estilo y de la sintaxis, pura behetría mental.

[…]

El primer hecho desconcertante en la auto-biografía de Huamán Poma es que se dice descendiente de una dinastía de los Yarovilcas de Huánuco, señores del Chinchasuyo, muy anteriores a los Incas y antes por nadie mencionados, de cuya rancia nobleza se ufana el cronista. Los Yarovilcas Allauca Huánucos fueron señores del Chinchasuyo hasta que fueron conquistados por Auqui Topa Ynga, capitán del Inca Topa Inca Yupanqui. Tupac Yupanqui concedió los más grandes honores a los miembros de la antiquísima casta de los Yarovilcas, los que entraron a formar parte del Consejo del Inca y Guamán Chava Allauca Huánuco, quien fué el que “se dió de paz con el Inca” fue designado “segunda persona” de éste y su Visorrey en todo el reyno “como en Castilla del Excmo. señor duque de Alba […].

El cronista se ufana, a menudo, de la importancia de su abuelo y nos dá su retrato, dibujado por él mismo, juna vez con sus insignias de manso y su escudo con un halcón y un puma y llevado, en otra, en andas imperiales, como los Incas, con la leyenda “Incaprantin Capac”. Nos dice también orgullosamente, que se sentaba en una tiana [sic] de plata finísima, y un codo más alta que las de todos los demás funcionarios reales.

[…]

Conviene precisar por esto, en forma serena, el aporte histórico de la Nueva Corónica y la actitud de su autor frente a las presiones e intereses de su época. Hay, en primer lugar, un prejuicio en quienes consideran a Huamán Poma como una figura solitaria en la denuncia de los abusos cometidos por los españoles en el Perú. La voz de Huamán Poma no hace sino sumarse al largo y constante coro de los defensores de los indios, españoles casi todos ellos, que desde el siglo XVI, sostuvo intrépidamente la defensa de la personalidad humana de los aborígenes americanos y denunció los atropellos que contra ellos se cometían. Esa lista epónima, de espíritus valerosos, se halla encabezada en las Antillas por Montesinos y fray Bartolomé de las Casas e ilustrada, en el Perú, con nombres beneméritos como los de fray Domingo de Santo Tomás, fray Luis de Morales —el las Casas de la Conquista del Perú— el licenciado Falcón, el licenciado Santillán, el Padre José de Acosta que proclama, doscientos años antes que el Mercurio Peruano la aptitud de los indios, Diego de León Pinelo, fray Diego Gutiérrez Flores, Alberto de Acuña, el criollo Juan del Campo Godoy a quien los indios llamaban “padre”, fray Juan de Silva y los innúmeros cronistas y doctrineros que recogieron celosamente las huellas del pasado indígena. La posición asumida por Huamán Poma se halla, pues, dentro de una corriente ética propiciada y sostenida por los mismos colonizadores españoles […].

De Toda una vida. Discurso de contestación al ser elegido Presidente del Senado, 24 de abril de 1957. Lima: UNMSM:

[…] No estoy ciertamente acostumbrado a la espectacularidad de estos homenajes, porque lo único que he adquirido en mis treinta años de maestro y el doble de estudiante, ha sido la lección del sacrificio y la escasez. Como premio a mi posición liberal y no conformista, a mi falta de cálculo y de ambición, a mi alejamiento de las situaciones de medro, a mi entrega absoluta a la investigación y al estudio, y al placer de enseñar historia y contribuir a formar, como habéis dicho, la conciencia nacional en el libro, en la clase y en el periódico con las retribuciones mínimas que el Perú depara a sus educadores, sólo he recibido la recompensa falaz de las suplantaciones del mérito, el homenaje al revés del culto a los incompetentes y la sinecura mítica de hombre peligroso y difícil.

Sin encono —y hasta con la alegría de no coincidir con los oportunistas de afuera y de adentro—, puedo ufanarme de que, después de una vida consagrada a la exaltación de los valores hispánicos de nuestra cultura, un periódico falangista de Madrid me llamáse, “órgano de la masonería inglesa”, y que, no obstante mi alejamiento de toda beligerancia política y mi devoción a las normas de orden, de jerarquía y de tradición, otro periódico respetable de Lima me tildara, de un día para otro, de demagogo y azuzador de masas.

Este es el índice de mi posición liberal alejada por igual de los extremos y resentimientos del espíritu de partido, de derecha o izquierda, con sus inquisiciones internas y sus intereses y verdades parciales, su oposición a toda discrepancia y su enfrentamiento final a las soluciones de la violencia y de la sangre. En mi posición liberal contraria a toda estulticia caben, al mismo tiempo, la necesidad de comprender, que es base de la convivencia y de la democracia, y el poder de decir nó, que previene contra cualquier imposición dogmática del poder, de la fuerza o del dinero.

[…]

He dicho en otra oportunidad a mis alumnos que no hay laboratorio ni templo que supere a la clase de historia para la forja de la conciencia de la nacionalidad. En la clase de historia patria, el silencio se hace siempre, sin disciplina ni castigos, por la sola presencia de las sombras heroicas que surgen del pasado, por el relato que aprieta el corazón de los niños con la emoción del triunfo o del dolor de la patria, del error que pudo evitarse, del sacrificio o la osadía que engrandecen la hora de la abnegación, o de la solitaria figura moral que se yergue contra la barbarie o la fuerza, en defensa de la libertad o del débil. En ese silencio repentino de las clases de historia, en que los más bulliciosos e inquietos, fijan la mirada y el pensamiento en el ejemplo puro que pasa únicamente por la voz del profesor como una fuerza misteriosa y sagrada, está el soplo creador de la nacionalidad. Para vivir la hora futura y póstuma de esa lección lucharon los apóstoles y murieron los héroes.

[…]

Mi campo fue el de la cultura. Pero cuando la Universidad, que es casa de todos, es acaparada y avasallada por el privilegio, cuando en vez de la creación y la investigación se enseñorean de ella los glosadores y los repetidores, cuando se rompen y desbordan los moldes de la mesura y de la ecuanimidad humanística para denostar a los alumnos y profesores y peligra aún la humilde situación económica de los que, como diría Ortega y Gasset, no vivimos como herederos sino de las formas creadoras de nuestro trabajo, y, sobre todo, cuando, como ahora, la Universidad es del pueblo y para el pueblo, cabía a pelar a éste para que ratificase las multitudinarias aclamaciones estudiantiles con las más altas cuotas de sufragios en toda la República a favor de nuestra lista senatorial de Lima, en una votación, esta sí, libre e incoercible.

De “Perspectiva y panorama de Lima”, El río, el puente y la alameda. Lima: Munilibros/16, 1987:

POSICIÓN Y CLIMA

“Lima, quien no te ve no te estima”, dice una mimosa frase proverbial. Frase nacida al conjuro de la historia, envanecida con la prestancia del heroico fundador, con su opulencia de ciudad colonial, blasonada por los reyes y ufana de la plata de sus templos y mansiones, con su prodominio indiano de primera y única capital del virreinato austral, arquidiócesis eclesiástica, metrópoli universitaria y sede central del comercio y de la académica y soñolienta cultura criolla. “La primera ciudad de Sudamérica y la segunda de España, si no lo era más todavía” dijo de ella el historiador chileno Vicuña Mackenna.

Geógrafos y astrónomos aseguran, con pequeñas discrepancias, que Lima está situada a 150 metros sobre el nivel del mar y a los 12° 2’ 50” de latitud Sur y 77° 5’ de longitud Oeste del meridiano de Greenwich. Esto no sirve tanto para identificar la situación de la ciudad como para deducir de esa posición el clima que ella goza. Ha sido tradición afirmar que ese clima era de una benignidad celeste. Don Hipólito Unanue lo decía ya en 1799, en su obra sobre El clima de Lima. La ciudad contó siempre entre sus prerrogativas ilustres, a la par de sus coronas reales y de sus privilegios virreinaticios, este don amable de gozar de una “eterna y continuada primavera”. Ni calores excesivos, ni fríos intensos, ni lluvias abundantes. Resguardada por el Norte y el Oriente por ramales de los Andes, y refrescada por el Occidente y el Sur por vientos húmedos y nebulosos, ninguna brusca transición atmosférica interrumpe la languidez de su reposo. Tres o cuatro veces, en 1552, en 1720, en 1747 y en 1803, se ha oído retumbar el trueno en su contorno y brillar los relámpagos. Pero es tan anormal e inusitado el fenómeno, que, leído en las historias por los limeños de hoy, parece cuento.

LA GARUA Y LOS TEMBLORES

No quiere decir todo esto que la ciudad no tenga sus meteoros distintivos. Sus originalidades climatológicas son la garúa y los temblores. Ambos definen momentos de la ciudad y deciden matices psicológicos del alma limeña. Nada más análogo al ingenio criollo, por superficial, por menudo y hasta por inconstante, que ese rocío intermitente de nuestros inviernos que se desliza finamente por el harnero celeste, y que, con una ironía muy frecuente, inunda las calles, traspasa los techos y empapa a transeúntes, a quienes se ha inculcado previamente la inutilidad del paraguas. La garúa, la inofensiva “mollizna”, como la llaman los científicos, crea y decora uno de los aspectos vespertinos más propios de la ciudad. Pocas horas más limeñas que esa de las seis de la tarde, de bullicio en los jirones centrales, de honda y crepuscular melancolía en los paseos abandonados. La garúa desciende entonces con una gracia leve y presurosa, arropa las casas con un gorro de neblina y se deliza entre el trajín urbano, hasta que pinta un húmedo brillo en los asfaltos, engarza algunas cuentas de cristal en los alambres telefónicos, estruja el diario de algún lector callejero, amontona junto a las aceras un copioso fango municipal y se disipa, después de haber alucinado a unos cuantos extranjerizantes con su picaresca e insidiosa comedia invernal.

[…]

LIMA PRIMITIVA

[…] Pizarro mismo, acompañado por los primeros cabildantes, trazó con la espada hazañosa de la isla del Gallo su cuadrilátero histórico, y presintiendo en toda su genialidad vidente de fundador el torrente de vida y de pasión que habría de albergar esa concavidad, batiéndose y estrellándose entre sus lados, como mar prisionero, instaló en tres de los frentes de la Plaza, como infranqueables muros de su época, el Palacio del Gobernador, la Catedral y el Cabildo. Dios, el Rey y el Pueblo, los tres grandes protagonistas en el drama español del soglo XVI, fueron así los testigos citados por Pizaroo para presidir el destino de la ciudad y para asistir a la aventura de su historia como eternas e impasibles cariátides […].

De “El río el Puente y la Alameda”, en El río, el puente y la alameda. Lima: Munilibros/16, 1987:

El pasado de Lima no es solo nuestro, sino de la cultura universal. A nosotros nos toca no dejarlo perecer ni ahogarse en la estandarización creciente de la vida mundial. Havelock Ellis, el autor de Alma en España, declara que desembarcó con su padre, siendo niño, en una ciudad del Pacífico, ciudad de zaguanes y de patios luminosos, de jardines entre cancelas, de iglesias y retablos dorados y que en ella, en nuestra Lima, se enamoró para siempre del alma de España. Marcel Monnier hallaba que en el bullir mestizo y en el juego de luces de muchas ciudades del Pacífico, en Singapur, en San Francisco o en Batavia y en florecientes ciudades norteamericanas faltaba algo que encontraba en Lima: “ella posee —decía— la poesía de los viejos recuerdos, la personalidad viviente que el tiempo da a las cosas”. Esto es lo que no debe arrancarse para que no se convierta en una ciudad anodina y de simple reflejo.