La obra literaria e histórica de Rosa Arciniega es sorprendente, de características muy particulares, muy propias, tal como la personalidad de esta creadora excepcional. Escribió novelas que predijeron muchas formas de la ciencia ficción posterior, pero que se generaban desde un pensamiento de izquierda, progresista, transformador.
Rosa Arciniega nació en Lima en 1909, y recibió ahí la educación básica, pero viajó incansablemente desde muy joven. Se asentó en España entre 1928 y 1936, y ahí publicó sus primeros trabajos de ficción mientras participaba en los círculos literarios de la Revista de Occidente y de José Ortega y Gasset.
Sus dos primeras novelas, Engranajes y Jaque mate (ambas de 1931), publicadas en España fueron bien recibidas. Las siguieron numerosos cuentos, un drama radiofónico y artículos de temas diversos en medios como Nuevo Mundo, Blanco y Negro, La Gaceta Literaria, Ahora y Ondas, entre otros.
Su tercera novela, Mosko-Strom. El torbellino de las grandes metrópolis (1933), toma su título del legendario remolino conocido también como Maelstrom (voces que significan “corriente que tritura”), fenómeno marítimo que se registra en las costas de las islas y fiordos del norte de Noruega. Andrea Cabel describe el lenguaje de esta novela como “altamente poético, figurativo y visual”. El remolino que tritura es en la novela metáfora de la vida moderna, especialmente de la codicia económica que parece estar ahogando al mundo y mecanizándolo sin remedio; hay que recordar que el espíritu ideológico de Rosa Arciniega es socialista. En buena medida, su visión desde una perspectiva que aún no se reconocía como “ciencia ficción”, prefigura el análisis que vendrá después de la Segunda Guerra Mundial en la obra de pensadores como Herbert Marcuse.
De regreso en el Perú viajó por el país, y luego, incansable, se movió con frecuencia entre Buenos Aires y Lima, viajes en los que fue recogiendo la documentación y la ambientación con que fraguaría sus biografías de conquistadores. Ya había publicado en España su Pizarro, vendrían después las obras sobre otros protagonistas de la conquista en las que destaca la perspectiva psicológica con que explica a los personajes.
Vendrían más libros de narrativa (las novelas Vidas de celuloide y La novela de Hollywood, los relatos Playa de vidas, que publicó en Colombia), mientras Rosa alternaba la escritura con la aventura: fue aviadora en el Perú y en España, participando incluso en la escuela de aviación de Valencia. Su labor periodística continuó siendo intensa; sus artículos aparecieron en El Tiempo (Bogotá), La Crónica (Buenos Aires), El Universal (Caracas), El Telégrafo (Guayaquil), El Diario (Nueva York), La Prensa (San Antonio, Texas) o La Opinión (California), además de los medios de ciudades donde vivió (Lima, Santiago de Chile y Buenos Aires). Participó activamente en el Congreso por la Libertad de la Cultura (1950-1967); suscribió el Manifiesto en defensa de Hungría de intelectuales americanos en 1957; y fue la primera mujer peruana acreditada como diplomática ante un gobierno extranjero, como Agregada Cultural del Perú en Argentina. En 1986 el Perú la reconoció concediéndole una «pensión de gracia». Murió en Buenos Aires en 1999.