La independencia del Perú no es la independencia de las mujeres

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Por: Bertha Prieto
Unidad de Gestión Cultural y Académica – Proyecto Especial Bicentenario

 

La ley obligó a las mujeres a obedecer a sus esposos hasta después de que el Perú cumpliera cien años de independencia. Según el Código Civil de 1852, que permaneció vigente hasta 1936, el deber de los hombres casados era proveer y dictaminar; y, el de las mujeres, someterse y acatar. Antes de 1991, podían violarlas sin ningún tipo de consecuencia legal. No era un delito si ocurría dentro del matrimonio. “No solo teníamos obligaciones de exclusividad sino de permanencia a los deseos sexuales de nuestros maridos: no había forma de decirles que no”, puntualizó la abogada feminista Jennie Dador en una entrevista para el podcast de investigación “Archivo Emergente”. Conversamos con ella para entender los alarmantes picos de violencia física, psicológica y sexual que tuvieron lugar durante el confinamiento por la pandemia. Al mirar hacia atrás, tristemente, cobraron sentido.

Hace unos días, la Biblioteca Bicentenario publicó el libro “La igualdad de las mujeres en la república. Una promesa por cumplir” de las autoras Fanni Muñoz y Flor de María Monzón. Este volumen forma parte de la serie “Nudos de la República”, que busca pensar los problemas más urgentes del país de cara al tercer siglo republicano. En el libro es posible encontrar información acerca de los caminos recorridos para conseguir derechos básicos como la educación y el voto. Inicia con una selección de doce fotografías históricas, entre ellas una de las audaces “rabonas”. Ellas fueron las encargadas de curar y alimentar a los soldados independentistas. Un tratamiento ingrato de la historia las convirtió en personajes secundarios, pero tuvieron un rol principal en el sostenimiento de los ejércitos.

También incluyen experiencias individuales para retratar la desigualdad, como la de Soledad Lozano, que fue la primera secretaria general del Sindicato Único de Trabajadores de Educación del Perú (SUTEP). Ella fue elegida en 1992 cuando la organización estaba compuesta principalmente por mujeres. En sus propias palabras, contó que “en plena juramentación, connotados dirigentes gremiales decían, entre broma y serio, cómo es posible que un sindicato tan grande, tan prestigioso, esté dirigido por una mujer”. Caso parecido es el de Magda Portal, una poeta y política que nació en 1900. Renunció a su partido en medio de una asamblea cuando los dirigentes afirmaron que las mujeres solo podían escuchar más no decidir, porque aún no tenían el derecho a votar. Para ese momento, ella ya había dirigido un comité que incentivaba la participación política de las mujeres a nivel nacional y ya el gobierno la había exiliado del país por la fuerza de sus ideas.

La desidia y crueldad con la que hemos sido tratadas han dejado suficientes huellas para plantear que existe una deuda con la vida y la dignidad de las mujeres que está lejos de saldarse. En el mismo año en que el país cumplió doscientos años de vida independiente estábamos siendo golpeadas, violadas y asesinadas como nunca antes por hombres con el poder que en algún tiempo les confirió el Estado. Aún no tenemos la total autonomía para decidir sobre nuestro propio cuerpo, en lo que va del año hay más de siete mil desaparecidas según el Registro Nacional de Información de Personas Desaparecidas y 8 de cada 10 denuncias de violencia sexual provienen de niñas y adolescentes, según los informes del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. Lo poco que tenemos no ha sido cedido sino conseguido. La independencia del Perú no es la independencia de las mujeres. Esta última se viene construyendo en paralelo a un ritmo distinto, delineando estrategias para conocer otros tipos de libertad.