Cómics para comprender una nación compleja
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Por: Jaime Vargas Luna
Unidad de Gestión Cultural y Académica – Proyecto Especial Bicentenario
¿Qué tienen en común un esclavo que compró su libertad en el Perú del siglo XIX, un maestro de Yapatera y una dirigente vecinal de San Judas Tadeo en el Callao? ¿Y qué tienen que ver sus historias con la conmemoración del bicentenario de la independencia del Perú?
El bicentenario no es solo una efeméride que nos permite recordar la gesta independentista que dio origen a la república peruana, es también -y quizá sobre todo-, una oportunidad para hacer un balance de estos doscientos años y para definir los cimientos del futuro. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Quiénes han forjado esta república y cómo lo han hecho? ¿Cuáles deben ser los modelos sobre los que construyamos el Perú del futuro?
En el Perú actual, ese balance muestra una profunda desigualdad, pero también evidencia que en buena medida la república peruana se ha ido construyendo desde abajo, desde la lucha cotidiana, con la fuerza y el impulso de líderes locales, de ciudadanas y ciudadanos resilientes, quienes enfrentaron (o todavía enfrentan) enormes injusticias, y responden con tesón, convirtiendo sus vidas en espejos para comprender las dimensiones y contradicciones de la peruanidad, y en modelos para construir el futuro del país.
A través de historias como la de Joaquín Jayme, Abelardo Alzamora o Sarita Román, así como de otras que se irán contando en la serie Maneras peruanas, leemos distintos aspectos de la historia de la república peruana. Nos acercamos a la pluriculturalidad del país, a la intersección entre historia nacional y local, a las injusticias y al valor y la resiliencia; pero también encontramos en ellas personajes complejos, con los que nos podemos identificar, además de admirar.
Maneras peruanas cuenta las historias de vida de personajes a la vez cotidianos y extraordinarios a través de la narrativa gráfica, género que combina el lenguaje verbal con el visual, acercando a las y los lectores a los escenarios y a la experiencia de los protagonistas, buscando recrear a la vez que documentar la pluralidad del país, y buscando también ampliar no solo las narrativas sobre la historia del país y desde dónde se construye (desde “arriba” o desde “abajo”), sino también la forma de contar la historia, reivindicando un género como el cómic, que ha sido considerado poco serio por muchas décadas pero que ahora mismo está en expansión a nivel global.
Finalmente, el bicentenario es un hito histórico, como lo fueron el centenario y el sesquicentenario, y en él se reivindican o fortalecen figuras sobre las cuales se construyen modelos de ciudadanía. En el centenario se afirmaron las figuras de los próceres de la independencia, siendo quizá la construcción de la plaza San Martín en el centro de la capital uno de sus símbolos más potentes. En los años del sesquicentenario se recuperó la figura de Túpac Amaru II, posicionándolo como figura central de un impulso revolucionario y anticolonial cuyo alcance rebasaría incluso las fronteras del país. En el bicentenario, es fundamental reivindicar la figura de la multitud que quiere construir ciudadanía, personas que se comunican en 48 lenguas indígenas además del castellano, que forjan la república desde el campo, desde los barrios de las ciudades pequeñas, medianas y grandes, desde la educación pública, y hacerlo sin romantizar ni ofrecer miradas paternalistas, sino abriendo espacios para que se cuenten las distintas maneras de vivir y construir el país, desde la voz de sus protagonistas.