El viaje de un joven al encuentro con José de San Martín

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Por: Víctor Arrambide Cruz
Unidad de Gestión Cultural y Académica

 

Lima, febrero de 1881. La capital peruana tenía poco tiempo de ser ocupada por el ejército chileno, y por tanto tenía el control de las instituciones públicas peruanas. En ese entonces, Manuel de Odriozola, veterano militar de las guerras de la independencia, se desempeñaba como director de la Biblioteca Nacional y presenció cómo el ejército de ocupación se llevaba los bienes de una de las instituciones más antiguas de la república, fundada por José de San Martín a pocos días de proclamar la independencia en Lima. Es posible que, en aquellos días de incertidumbre nacional, recordara cómo fue que conoció al fundador de la biblioteca sesenta años antes, cuando este llegó al Perú desde Chile.

Historiador y bibliotecario, Manuel de Odriozola y Herrera nació en Lima el 11 de agosto de 1804. A pocas semanas de cumplir dieciséis años, tomó conocimiento de las noticias del desembarco de la Expedición Libertadora. Pidió un caballo prestado a un amigo de su padre, recabó algunas comunicaciones para San Martín que ocultó en sus zapatos y, con solo un poncho y unas monedas, partió al encuentro del Libertador. Aquella travesía entre Lima y Pisco, contada por el mismo Odriozola muchos años después, fue rescatada en 1964 por Alberto Tauro. Aquí, algunos extractos de ese testimonio, titulado por Odriozola como “Apuntes para que sirvan a quien escriba mi necrología”:

Desde muy niño aspiraba a ver a mi querida Patria libre del yugo del coloniaje de España, así es cuando en setiembre del año de veinte, llegó aquí la noticia del desembarco en Pisco del Ejército del General San Martín, abrigué la firme e irrevocable decisión de unirme a él (…) Pedí a un amigo de mi padre un caballo ensillado, asegurándole que sólo era para ir al Callao, saqué un poncho de mi casa y sin más equipaje que lo que tenía en el cuerpo me encaminé por la portada de Cocharcas al pueblo de Lurín, por cuya dirección me aseguraron se iba a Pisco.

Como no conocía el camino, porque era la primera ocasión que salía de Lima, me acompañé para que me guiasen con unos cholos que encontré en la marcha, con los que me alojé en un ranchito a la entrada de aquel pueblo, adonde llegamos a las once de la noche. Encargué mi bestia al dueño de la posada y como no hubiese nada que cenar, agobiado por el hambre, cansancio y sueño, me tumbé a dormir sobre mi pellón y un pellejo de vaca que advertí en el corredor del rancho. Al rayar el día, eché de menos a mis guías y mi poncho de Valandrán, que seguramente me lo robaron, porque así me lo aseguraron los dueños de la casa.

Emprendí solo mi viaje para Chilca y algo triste por no tener más abrigo que los sudaderos del caballo, compré un real de pan, único alimento que pude hallar y con solo este auxilio hice mi jornada, guiándome únicamente por lo trillado del camino; a las seis de la tarde de ese día avisté el pueblo y el olor de los chicharrones que freían en un rancho me obligó a acercarme a él para solicitar me vendieran.

Jamás olvidaré el cariño que los naturales dueños de él me manifestaron desde el instante que les hablé. Me convidaron su casa y me obligaron para que en ella me alojase. Nada menos quería yo que eso —tal era la necesidad que me acompañaba por el hambre y cansancio—, así es que poco me hice de rogar para apearme.

Acto continuo se apoderaron de mi caballo, lo desensillaron y lo pusieron a comer chala y maíz; al rato, reunida toda la familia, tendieron la mesa en un petate en el suelo, y fueron colocando hermosos mates cubiertos de chicharrones, yucas y camotes y señalándome un asiento me instaron para que procediese a comer, lo que hice con sobrado gusto.

Concluida esta sabrosa y frugal cena, me formaron una rústica cama y me instaron para que en ella me acostase a dormir. Obedecí y esa noche la he recordado toda mi vida, como una de las en que he dormido con el mayor descanso y sosiego. Los rayos del sol me hicieron despertar y ya vi mi caballo ensillado y con unas alforjas viejas y muy sucias, que por el bulto que me manifestaban me hicieron comprender contenían algo que me habían puesto. Luego que me vestí y cuando me preparaba para despedirme de gentes tan hospitalarias, me trajeron un mate de pescado sancochado con camotes y yucas para que almorzara, lo que verifiqué con demasiado contento.

Concluido esto pregunté, cuánto debía y me contestó la mujer que gobernaba la casa y que me dijo llamarse Dorotea Livia, que nada y que lo que sentía era carecer de medios y recursos, cuales los que habría querido tener para haberme tratado mejor. Me despedí al fin con aquella ternura que exige la gratitud, con tanta más razón, cuanto que esas gentes no tenían motivo para prodigarme servicios tan humanos y generosos. Un hijo de la señora, mi patrono, me sacó hasta fuera del pueblo, adonde me dejó, enseñándome la ruta que debía tomar.

Luego cuando me vi solo, la curiosidad me hizo que registrara el contenido de la alforja y encontré en ella chicharrones, camotes, yucas, unas naranjas, un calabazo con agua y una botella con un poco de aguardiente.

Llegué a las siete de la noche al pueblo de Asia y me alojé en el tambo.

Al partir al siguiente día muy temprano, se me informó por unos indios carboneros que el Gallego Coronel Pardo, con una partida de milicianos, se hallaba (…)

Como señala Tauro, acá termina el relato de Odriozola. Tal vez gracias a su juventud pudo sortear diversos obstáculos en su travesía, eludiendo las patrullas realistas hasta acercarse a Chincha Alta, cuando fue detenido por el Regimiento de Granaderos, a quienes se declaró como voluntario de la causa patriótica, y fue presentado ante el general San Martín el 15 de setiembre de 1820.

José Toribio Polo narra que luego de recibir al joven y las noticias que traía de la capital, San Martín objetó su incorporación al Ejército porque lo veía como casi un niño, pero Odriozola, herido en su dignidad le respondió “Tráteme como hombre”. Esa determinación le valió su ingreso al Ejército Libertador, siendo, según Guillermo Miller, “el primer peruano en unirse a las filas del Ejército Libertador en Pisco”, participando de las primeras exploraciones en la región de Ica, siendo importante para conocer las fuerzas del ejército realista de Manuel Químper. Así, participó en la batalla de Nasca, primer enfrentamiento y victoria del Ejército Libertador en tierras peruanas, el 14 de octubre de 1820.

Manuel de Odriozola representa a aquella generación de jóvenes que, ante la presencia de las expediciones del sur, se sumaron a la causa libertadora. Otros ejemplos lo son Francisco de Vidal, quien, en 1819, se unió a las fuerzas de Lord Cochrane que desembarcaron en Supe; o Domingo Nieto, quien se unió a las fuerzas de Miller en 1820 o los adolescentes Felipe Santiago Salaverry y Juan Pezet, quienes se escaparon de sus casas para presentarse ante San Martín en Huaura.

Dedicado en su edad adulta a la investigación histórica, Odriozola fue autor de los «Documentos históricos del Perú» (10 tomos) y de la «Colección de documentos literarios del Perú» (11 tomos), entre otros escritos. Murió en el Callao el 12 de agosto de 1889 a los 85 años. Espero que estas líneas sirvan para rescatar a un personaje un poco olvidado de la etapa fundacional de nuestra república.

 

Bibliografía:

Alberto Tauro. Manuel de Odriozola: prócer, erudito, bibliotecario. Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1964.