A propósito del Día de la Madre. Una mirada desde la experiencia e inclusión.

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Por Verónica Mestanza
Proyecto Especial Bicentenario

 

Hoy en día las madres ocupamos muchos roles, aparte de ser hija, hermana, amiga y madre. No es fácil ser mamá, más aún cuando tienes que afrontar diversos retos, estigmas y vencer estereotipos que la sociedad impone a cualquier persona que sea “diferente” – por ejemplo, por discapacidad. Más aún en nuestro país, qué más de 8 millones de mujeres son madres y 3 millones de personas presentan alguna discapacidad (Datos del INEI).

Aquí viene la parte de nosotras las madres, (cuando en realidad debe ser una labor ejercida tanto por el padre como la madre), pero que por ahora nos enfocaremos en nosotras, ya que, en la práctica, adicional a la responsabilidad laboral, nos ocupamos con más presencia en educar, formar y acompañar el proceso de desarrollo y crecimiento de nuestros hijos/as. En este proceso hay un tema que muy pocas veces se toca y que compartimos todas las madres: “Lo que callamos”, muchas veces “dolores no solo físicos, si no del alma”.

Por ejemplo, duele cuando a tu hijo/a lo excluyen, cuando lo llevas a jugar a un grupo de niños/as de su misma edad y terminan separándolo, y dejándolo de lado (me pasó muchas veces y en aquel tiempo mi hijo tan solo tenía 4 años), pero como toda mamá, como se dice coloquialmente, te amarras bien los pantalones, te haces un nudo en la garganta, tomas a tu hijo y dices, con voz cariñosa: «Vamos mi amor a buscar más amigos que, quieran jugar», y al encontrar a esos amigos, le dices: «ya ves amor, ya estás jugando».

No es nada fácil ser mamá y tener un hijo con alguna discapacidad, más aún cuando nuestra sociedad no los acepta y existe un falso discurso de inclusión, con el mensaje: “Todos somos iguales”. Para llegar a esto necesitamos primero aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, aceptar y valorar nuestros orígenes, de dónde venimos y nuestra diversidad cultural

Para las madres es una lucha constante, sacar fuerzas de dónde no las tienes, afrontar los retos que te presenta la vida como, por ejemplo:

 

Las terapias. Muchas veces no todos pueden asumir los costos. Es una inversión y hay diversos tipos de terapias: lenguaje, aprendizaje, física, cognitivo conductual, entre otras, y a manera que van creciendo nuestros hijos/as, va aumentando. La capacidad económica para coberturar estas terapias también influye, a pesar que las madres trabajan, se las ingenian para que sus hijos/as puedan acceder a ellas.

El colegio y el reto del aprendizaje. Para las madres el asunto del colegio es preocupante, porque muchas veces están en la incertidumbre de si lo aceptan o no. Esto es hablando en el contexto de Lima metropolitana, ahora pónganse en los zapatos de las madres de las regiones, las que viven en zonas rurales; ¿cómo hacen?, ¿aceptarán a sus hijos en los colegios?; es algo frustrante cuando el colegio te dice que no están preparados para recibir a un niño/a con discapacidad. A este tema del colegio le sumamos las adaptaciones pedagógicas, no todos los docentes están preparados para elaborar o hacer una clase con inclusión.

La aceptación. Quizá es el más duro de los ejemplos anteriores. La aceptación de la discapacidad del niño/a cuando nace, ya sea por parte de la familia o por los mismos progenitores, que en ocasiones les toma tiempo aceptar la condición diversa de su niño/a o que, en algunos, nunca llega.

Ilustración: Daniel Mauri

 

Por todo lo mencionado las madres en pleno camino o antes de empezar tiran la toalla, pero se tienen que volver a parar porque la vida continúa, los hijos crecen y el reto es que sean independientes y felices.

Las madres que tenemos un hijo/a con alguna condición de discapacidad no somos heroínas, simplemente tenemos que afrontar retos, ser un poco más fuertes para que esta sociedad no nos tire al piso, ya sea con el costo de vida, la falta de empatía o simplemente con miradas o frases absurdas, como “que habrá hecho, Diosito la castigó”, «qué lindo niño, es un ángel», «es amoroso», «nunca va a crecer», «ellos son bien inteligentes», «ellos son tan cariñosos», entre otras más. Así podemos continuar una larga lista. Solo nos queda a las madres de toda condición hacer un nudo en nuestra garganta y continuar adelante.

A propósito del Día de la Madre tenemos una reflexión: “No todos somos iguales, todos somos diferentes, cada persona tiene personalidad propia”. Esto nos lleva a la palabra “Inclusión”, que muchas personas no entienden su significado. Inclusión no es solo ubicar a una persona con alguna condición social o de discapacidad en un grupo, o crear grupos aparte de personas con estas características ya mencionadas. Vivimos en un país tan diverso como nuestro Perú, que tiene una riqueza pluricultural. La inclusión es aceptar las diferencias y hacerlas parte de uno, de nuestra convivencia, hacer que esa persona participe e integre el grupo siendo uno más.

Tal vez si dejamos de ver la discapacidad como una novela, dónde está llena de romanticismo, tragedia y hasta compasión, tendríamos más oportunidad de aceptarla tal como es, y en realidad veremos que las personas con discapacidad si tienen oportunidades y sobre todo cualidades, que tenemos que ir descubriendo. No generalicemos a todos en una misma línea, cada persona es diferente, cada persona tiene personalidad propia.

Y como le digo a mi hijo que actualmente tiene 11 años y tiene la condición de Síndrome Down: “Eres mi orgullo”, «Mira siempre de frente, con la cabeza en alto» y «Siéntete orgulloso de lo que eres».

Un gran abrazo a todas las madres, a esas madres del Bicentenario que superan los retos que se les presentan día a día.