Sentirse un héroe

Quienes participaron en el proceso emancipador eran plenamente conscientes de que estaban ante un momento fundacional. De ahí que con frecuencia se hicieran retratar para dejar a la posteridad una prueba indiscutible de su compromiso político. Pero más importante aún era mostrarse en público como héroes de la patria, luciendo las medallas que habían ganado en combate. Tomando diferencia de las jerarquías sociales propias de la época colonial, generalmente basadas en consideraciones de nacimiento y linaje, los forjadores de la Independencia buscaron remarcar sus meritos individuales.

Al ver sus imágenes, podemos constatar que quienes participaron en la Independencia no solo tenían una clara conciencia de que estaban fundando una nueva sociedad. Les preocupaba, además, dejar a la posteridad una prueba de su papel en este cambio. Los numerosos retratos pintados por José Gil de Castro son una clara demostración de lo anterior. Todos los elementos de estas obras están cuidadosamente escogidos para crear verdaderos íconos patrióticos, al punto que muchos de ellos fueron copiados por el mismo artista en versiones casi idénticas.

Fundar la Patria

José de San Martín, 1818. José Gil de Castro (Lima, 1785-1837). Óleo sobre tela. Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires. Foto: © Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires
José de San Martín, 1848.Robert Bingham (Billesdon, 1824 – Bruselas, 1870). Daguerrotipo. Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires. Foto: © Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires

Los retratos de los caudillos militares y los fundadores de la Independencia dejan entrever con claridad las transformaciones que anunciaban una nueva era en la historia social y política del continente. Pintores como el limeño José Gil de Castro contribuyeron a construir la imagen heroica de quienes habían liderado la causa patriota en los campos de batalla. En 1817, Gil retrató a José de San Martín en Santiago de Chile, luego de su triunfo sobre las tropas realistas en la batalla de Chacabuco. Consciente de que este encargo terminaría de consolidar su fama entre la elite independentista, Gil desplegó todo su talento y creó una potente imagen del Libertador argentino, que debió repetir –apenas con ligeras variaciones- por lo menos en seis ocasiones más. En esta versión, encargada por el propio San Martín como obsequio para José Ignacio de la Roza, el pintor incluyó una frase que refuerza el sentido general de la imagen: “Nada prefirió más que la Libertad de su Patria”. Como expresión de los tiempos heroicos de la Independencia, el retrato pintado por Gil ofrece un notable contraste con la única imagen fotográfica que existe de San Martín, tomada treinta años después. Sin duda, las diferencias pueden explicarse fácilmente por el tiempo transcurrido entre uno y otro retrato. Pero hay una distancia mayor que separa a ambas imágenes. Registro directo de la realidad, la fotografía no nos habla desde el tiempo fundacional, y por lo mismo casi legendario, del retrato de Gil. Ella nos muestra al libertador no como un ícono, sino como un hombre concreto, a quien incluso el paso del tiempo ha vuelto anciano.

Juan Gregorio de las Heras, 1832. José Gil de Castro (Lima, 1785-1837). Óleo sobre tela, 106.5 x 83.7 cm. Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires Foto: © Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires.
Juan Gregorio de las Heras, ca. 1850-1855. Anónimo. Daguerrotipo, 10.5 x 7.5 cm. Complejo Museográfico Enrique Udaondo de Luján, Provincia de Buenos Aires Foto: © Complejo Museográfico Enrique Udaondo de Luján, Provincia de Buenos Aires

Nacido en Buenos Aires en 1780, Juan Gregorio de las Heras (Buenos Aires, 1780 – Santiago de Chile, 1866) había participado en las luchas por la independencia de Chile antes de pasar al Perú en 1820. Aunque llegó a ocupar la comandancia en jefe del ejército peruano, decidió regresar a su país a fines de 1822 debido a ciertas discrepancias con San Martín. Y fue, probablemente, poco antes de su partida, que decidió encargar su retrato a José Gil de Castro. Como señala la investigadora Laura Malosetti, este lienzo probablemente sea en realidad la copia de aquella imagen original, si bien realizada en el propio taller de Gil. En todo caso, la obra nos muestra a Las Heras con el uniforme de coronel mayor del Ejército de los Andes. Como un resumen de su participación en la independencia de gran parte del área surandina, luce las medallas de Chacabuco, Maipú, la Legión de Mérito de Chile y la medalla otorgada a los integrantes del Ejército Libertador. Esta imagen juvenil puede compararse con un daguerrotipo de Las Heras captado en Santiago hacia 1855. Pese al paso del tiempo, el héroe asume la misma actitud altiva que en el retrato de Gil, quizá aún más consciente de su papel en el surgimiento de varias naciones sudamericanas. Incluso el traje que lleva es más ostentoso, de acuierdo con su ascenso a general de división.

Guillermo Miller, 1820. José Gil de Castro (Lima, 1785-1837). Óleo sobre tela, 120.5 x 91.5 cm. Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires. Foto: © Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires.
Retrato de Guillermo Miller en Álbum de gobernantes y personajes ilustres, ca. 1860-1870. Museo de Arte de Lima. Fondo de Adquisiciones 2006.

En 1820, José Gil de Castro retrató a Guillermo Milller (Wingham, 1795 – Callao, 1861), militar y marino británico incorporado a la oficialidad mayor del Ejército Libertador. En aquel momento, Miller comandaba distintas acciones en las costas del Perú y Chile, incluyendo una expedición contra las posiciones realistas en Valdivia y Chiloé. Pero poco antes también se había visto envuelto en un lamentable accidente, cuando participaba, junto a Thomas Cochrane, en el ataque contra el puerto del Callao, el 19 de marzo de 1819. Ese día, su rostro y manos sufrieron quemaduras debido a la explosión de un laboratorio de pólvora. Aunque se recuperaría del incidente, su rostro quedaría desfigurado de por vida, como lo muestra una fotografía tomada varias décadas después. Es difícil precisar si Gil consideró poco adecuado representar estas cicatrices, o si las omitió a pedido de Miller. En todo caso, otorgó un aliento heroico a su figura, cuyo pecho luce la Legión del Mérito de Chile y la medalla por la toma de Valdivia.

Banda Patriótica otorgada a Juana Antonia de Arenales, 1822. Tejido en seda y oro labrado. Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires Foto: © Museo Histórico Nacional, Ministerio de Cultura, República Argentina, Buenos Aires

La Independencia del Perú ha sido vista como una gesta llevada a cabo, ante todo, por hombres. Sus nombres y sus rostros forman parte de la historia oficial, dejando relegadas a un segundo plano, o simplemente invisibilizadas, a todas aquellas mujeres que fueron próceres y heroínas de la emancipación. Por lo general, se les asigna solo el papel de compañeras de sus esposos o hijos. Sin embargo, se olvida que apenas un año después de declarada la Independencia, San Martín decretó la creación de la “banda patriótica”. Se trataba de una condecoración formada por una franja de seda roja y blanca con una medalla de oro al centro, donde se leía la inscripción “Al patriotismo de las más sensibles”. Era el equivalente femenino de la Orden del Sol del Perú y buscaba recompensar la contribución de muchas mujeres a la Independencia. La banda que vemos en la imagen es una de las pocas que se conserva, y fue otorgada por San Martín a Juana Antonia de Arenales, hija del general Juan Antonio Álvarez de Arenales. Además de Brígida Silva de Ochoa y de Mariana Sánchez de Tagle, esposa del marqués de Torre-Tagle, recibieron esta distinción alrededor de ciento noventa y tres beneméritas de la patria.

Mariano Alejo Álvarez y su hijo, ca. 1834. Óleo sobre lienzo, 221 x 151 cm. Museo de Arte de Lima. Fondo de Adquisiciones 1996 con aportes de Galería Enrique Camino Brent, FALCÓN S.A., INEXCO, IGETEX S.A., Luis Paredes Stagnaro, Fortunato Quesada Lagarrigue, Cristina Seminario de Quesada y Jaime Valentín Coquis

A diferencia del gran número de militares que combatieron por la Independencia y fueron retratados por Gil de Castro, este lienzo representa a Mariano Alejo Álvarez (Arequipa, 1781 – Lima, 1855), magistrado y alto funcionario que contribuyó a la construcción de la república desde la esfera civil. Se hizo pintar en el interior de su estudio privado, junto con su pequeño hijo Mariano Santos (Lima, 1823-1893), cuya actitud parece hacerse eco de la solemne postura de su padre, presidente de la Corte Suprema. El ideario liberal de Álvarez se deja entrever en los libros de los filósofos franceses desplegados en su biblioteca, mientras sostiene entre las manos un volumen de la Declaración de los derechos del hombre. La imagen resume el papel de la enseñanza de los valores cívicos en el seno familiar, a través del ejemplo paterno. El niño lleva un compás y un manual escolar, en señal de su iniciación en la cultura ilustrada.

Bolivar, más que un héroe

Simón Bolívar, 1826. Óleo sobre lienzo, 203 x 133 cm. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú.

Entre los caudillos militares que lideraron las guerras de Independencia, ninguno alcanzó tanto reconocimiento en vida como Simón Bolívar (Caracas, 1783 ​​​- Santa Marta, 1830). A pesar de no haber participado directamente en la batalla de Ayacucho, librada en 1824, fue el verdadero artífice de esta victoria patriota que selló la emancipación continental. En su conocida representación de Bolívar, Gil de Castro nos presenta al libertador caraqueño en su despacho de jefe de estado del Perú, sosteniendo la espada de oro y piedras preciosas que le había obsequiado el ayuntamiento de Lima por su contribución en la campaña militar que consolidó la emancipación americana. Aunque el formato de la obra es similar al de los retratos de corte, en esta pintura se impone una atmósfera épica y una austeridad propia del nuevo espíritu republicano, mientras que los símbolos del Antiguo Régimen han sido reemplazados por los emblemas de la nación independiente.

Sable obsequiado a Simón Bolívar por Alexandre Pétion, presidente de Haití, ca. 1815. Anónimo. Hierro forjado. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú

Con la intención de buscar apoyo del gobierno de Haití, Simón Bolívar se trasladó a ese país a fines de 1815. Pudo conseguir así un ejército de cerca de mil hombres por parte del presidente Alexandre Pétion, quien además le obsequió este sable. Si miras los detalles de la vaina dorada, descubrirás varios símbolos: uno de ellos es el escudo de Haití, que muestra la palmera del aceite rematada en un gorro frigio, simbólo de la libertad, y bajo ella aparecen trofeos militares. Además, puede apreciarse la imagen de la Patria tambén cubierta con un gorro frigio, llevando una corona de laurel. Recordemos que Haití fue el primer país latinoamericano que alcanzó su independencia, gracias a una gran sublevación de esclavos que derrotó a las tropas colonizadoras francesas.

Poncho obsequiado a Simón Bolívar por las damas del Cuzco, ca. 1825. Fibra de camélidos y seda tejida, 172 x 166 cm. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú

De acuerdo con la tradición, este poncho fue obsequiado por las damas del Cuzco a Simón Bolívar en 1825, durante la estadía del Libertador en aquella ciudad. Es probable que la historia sea cierta, porque se trata de una prenda de excepcional calidad, elaborada en finos hilos de seda. Responde a un tipo de poncho denominado como jesuítico, al estar relacionado con el trabajo de algunos talleres textiles en las misiones jesuitas. La prenda está elaborada en franjas delgadas e independientes, que luego se unieron por medio de costuras. Estos tejidos eran sumamente apreciados, ya que también José de San Martín recibió un poncho como obsequio de parte del virrey Joaquín de la Pezuela, cuando ambos se entrevistaron en 1821.

Medalla de Simón Bolívar, 1825. Anónimo. Oro, cobre y plata esmaltados, 4.1 * 3.4 cm Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú
Medalla de Simón Bolívar, 1825. Manuel Villavicencio. Oro acuñado, 3.5 cm. Museo Central, Banco Central de Reserva del Perú Foto: © Museo Central, Banco Central de Reserva del Perú

Como expresión extrema del culto a la figura de Libertador, el Congreso del Perú creó la medalla de Bolívar en febrero de 1825, acuñada en varias versiones de oro y plata. Estas piezas se hicieron en la Casa de Moneda de Lima, según diseños de los grabadores Dávalos y Villavicencio, quienes incluso entraron en competencia para plasmar la mejor imagen del Libertador. Siguiendo una fórmula clásica, vigente desde la antigüedad, esta medalla muestra a un lado el perfil heroico de Bolívar y al otro el nuevo escudo nacional con la inscripción “El Perú restaurado en Ayacucho”.

Guirnalda cívica ofrendada por el pueblo de Cuzco a Simón Bolívar, ca. 1825. Oro, perlas y diamantes, 7.5 * 21.5 * 23.4 cm. Colección Museo Nacional de Colombia. Foto: ©Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra

Uno de los momentos culminantes en la vida de Simón Bolívar fue la gira triunfal que emprendió en 1825 hacia el sur andino y el altiplano, donde recibió el homenaje de los pueblos después de las victorias de Junín y Ayacucho. En la Municipalidad del Cuzco, la esposa del prefecto Agustín Gamarra, Francisca Zubiaga, le entregó esta impresionante guirnalda de oro, perlas y diamantes, actualmente conservada en el Museo Nacional de Colombia. Obra de los mejores orfebres cuzqueños, la pieza combina once técnicas distintas. Tiene la forma de una corona de laurel, compuesta por 47 hojas de oro con 49 perlas y 9 diamantes grandes, entre otros materiales preciosos. Su diseño evoca el máximo trofeo que recibían, por sus hazañas guerreras, los grandes héroes de la antigüedad clásica. Al recibir la joya, Bolívar dijo que el premio debía corresponder al mariscal Sucre, quien se encontraba ausente: “Es él quien la merece, él es el triunfador de Ayacucho y el verdadero libertador de esta república”. Sucre, a su vez, la entregó al Congreso de Colombia, por haberlo “enviado al Perú para vengar los ultrajes inferidos a los antiguos hijos del Sol.”