Arma la historia

Cuando pensamos en la historia del Perú, de inmediato vienen a nuestra mente ciertas imágenes familiares. Gracias a ellas podemos imaginar, por ejemplo, los grandes momentos de nuestra Independencia. Así como los historiadores narran esos hechos en sus libros, los pintores de historia consiguen recrearlos ante nuestros ojos. Parecen convertir, fácilmente, en testigos del pasado. ¿Conoces La proclamación de la Independencia de Juan Lepiani? Armemos de nuevo una historia alrededor de uno de los cuadros más conocidos por todos los peruanos.

¿Cómo habrá sido el momento preciso en que surgió el Perú independiente?

Al hacernos la pregunta, la mayoría de nosotros piensa seguramente en esta imagen. Reproducida no solo en los textos escolares, sino también en muchos otros medios, su constante repetición ha hecho que ella nos resulte tan natural, que incluso podríamos verla casi como una “instantánea” fotográfica del pasado.

Pero se olvida que esta pintura fue creada en 1904, mucho tiempo después de aquello que representa: la proclamación de la Independencia del Perú por José de San Martín en Lima, el 28 de julio de 1821. Pocos recuerdan a su autor, el pintor limeño Juan Lepiani Toledo. Nacido en 1864 y testigo de la trágica Guerra del Pacífico, Lepiani decidió dedicar su carrera a representar los episodios más importantes del pasado peruano. Instalado en Roma desde 1900, gracias a una beca del gobierno, el artista debía retribuir esta ayuda pintando algunos lienzos. Fue así como decidió realizar la que sería su obra más conocida.

Observemos el cuadro. Representa el instante en que José de San Martín, sobre un tabladillo y en compañía de su estado mayor, proclama la independencia del Perú ante la multitud reunida en la Plaza Mayor de Lima. Si miramos con detenimiento, veremos que Lepiani no describe con precisión los elementos que componen el fondo de la escena. Podemos reconocer que el lugar donde se desarrolla la acción no refleja el aspecto que tenía la plaza al iniciarse la república. En la muchedumbre reunida tampoco observamos a ningún personaje típicamente limeño. La bandera nacional que sostiene San Martín no corresponde a la que en aquel momento estaba vigente. Y salvo al Libertador, a quien identificamos por su protagonismo en el acto, no es posible reconocer a los personajes que lo acompañan, ya que todos aparecen de espaldas a nosotros.

Pero si no vemos a los protagonistas del acontecimiento, nos sentimos muy cerca de ellos, como si formásemos parte del mismo grupo. A ello se suma otro detalle. A la izquierda del estrado, un hombre de aspecto elegante nos mira directamente desde el lienzo. Algunos consideran que es un autorretrato del pintor. En todo caso, su gesto termina por crear la ilusión de que no somos simples espectadores de un cuadro, sino testigos de la proclamación misma.

El cuadro de Lepiani se ajusta a lo que esperamos de una imagen patriótica, pero nos hace olvidar que Lima había sido el centro del poder español en Sudamérica hasta junio de 1821, cuando José de San Martín ocupó la ciudad. Si bien existían limeños comprometidos con la Independencia, muchos tuvieron que unirse a ella por la fuerza. Si al hablar de Patria pensamos hoy en la totalidad del Perú, el significado de esa palabra casi siempre se refería a la ciudad donde uno había nacido. Por ello, durante casi trescientos años se había considerado que el amor al lugar de origen no se oponía a la fidelidad al rey de España. Aunque se basase en una relación de subordinación a la autoridad del monarca, el símbolo de este sentimiento podía ser la imagen amigable de dos manos entrelazadas: las de los nacidos en América y en España.

Volvamos al cuadro de Lepiani. El pintor busca hacernos sentir algo más que la cercanía física de San Martín y sus altos mandos. Al mirar, cara a cara, a la multitud reunida en la plaza mayor, parecería que nos unimos a aquel grupo humano en un mismo sentimiento de lo que es ser peruano y patriota. Pero tener en cuenta la diversidad de reacciones que acompañó a la independencia no solo nos permite reconocer que esa emoción compartida es una ilusión. Podemos recordar también que nuestra manera de imaginarnos como un grupo humano es compleja y siempre cambiante, y que ella puede dejar atrás incluso lo que hoy consideramos como verdad indiscutible. Porque si algo permitió la Independencia fue, precisamente, cuestionar lo que considerábamos eterno para poder construir siempre realidades nuevas.