Una historia incompleta

Como la mayoría de los objetos que exhiben los museos perteneció a sectores privilegiados, nos ofrecen una versión incompleta de la historia. Si no tomamos en cuenta este detalle, llegaríamos a creer, equivocadamente, que la Independencia fue asunto de un grupo reducido de personas o, incluso, de solo algunas zonas específicas del país. Pero se trató de un conflicto que no exceptuó a ningún sector de la población, ya que estaba en juego la totalidad de un orden social que parecía eterno, y que giraba alrededor del poder casi absoluto del rey, cuya autoridad se consideraba otorgada por Dios.

Quizá no sea posible, en un solo relato, comprobar la multiplicidad de temores y expectativas que generó la Independencia. Muchos esclavos o integrantes de sectores populares más amplios imaginaron un futuro distinto ante la posibilidad de romper con una sociedad en donde habían sido considerados inferiores solo por su nacimiento y no por sus méritos personales. La propia crisis de poder y el movimiento de las tropas por todo el territorio andino permitió incluso que varias ciudades buscasen cambiar el juego de poderes que otorgaba a Lima un papel protagónico en la región. Y si bien la Independencia no implicó el ingreso de las mujeres en la vida ciudadana del nuevo estado, ellas no dejaron de participar decididamente en los acontecimientos, ya sea conspirando o acompañando el movimiento de las tropas.

Una diversidad de actores

Negros chalas en el día del Corpus, 1836
Pancho Fierro (Lima, 1807-1879)
Acuarela sobre papel, 23 x 30.7 cm.
Museo de Arte de Lima. Donación Juan Carlos Verme

Como en el resto de Latinoamérica, los afrodescendientes jugaron un papel muy importante en la lucha por la Independencia. Los Ejércitos libertadores estaban compuestos por muchos de ellos, y cuando las tropas de José de San Martín desembarcaron en la costa peruana, se les unieron inmediatamente muchos esclavos de las haciendas, los que esperaban poder alcanzar la libertad gracias a su colaboración. San Martín liberó a aquellos hijos de esclavos que habían nacido con posterioridad al 28 de julio de 1821, aunque la abolición final de la esclavitud solo se consiguió en 1854. Aquí vemos a un grupo de los llamados “negros chalas” participando de la fiesta del Corpus Christi en Lima, el año 1836. Aunque se trata de una celebración religiosa, ellos aparecen enarbolando la bandera del Perú, según el modelo que estuvo vigente entre 1822 y 1825, en plena guerra contra los realistas. Probablemente se trataba de una bandera antigua, del tiempo de la Independencia, que mostraban públicamente para demostrar que ellos también habían participado en la fundación de la Patria.

El encuentro del veterano de guerra, ca. 1830
Anónimo. óleo sobre tela. Colección particular, Lima

La mayoría de los combatientes por la Independencia no nos dejaron imágenes de sí mismos. En aquella época no existía la fotografía, y solo pocas personas tenían los medios y el interés de encargar su retrato. Pero el recuerdo de la guerra se expresó también en pinturas costumbristas, algunas de las cuales aluden a la violencia de los acontecimientos. En este cuadro, pintado en el Cuzco a inicios de la república, un soldado regresa a su casa después de participar en la guerra. Ha perdido una pierna y se sostiene con muletas. No lleva el vistoso uniforme de un alto mando del ejército, sino un traje simple de soldado debajo de un poncho sencillo. Sin embargo, lo espera una mujer vestida de blanco y rojo con austera elegancia. Ella luce varias joyas de oro, entre las que destaca un tupu o prendedor andino. ¿Se trata de la esposa del soldado, o es la misma Patria quien lo recibe?

Kero con escenas inca, soldado y rabona, ca. 1840. Madera policromada, 19.2 x 13.2 cm. c/u. Museo de Arte de Lima. Ex colección Urquizo-Macera. Comité de Formación de Colecciones 2012. Donación Juan Carlos Verme.

Es difícil saber con seguridad cuándo y dónde fue elaborada esta copa de madera pintada. Pero ella muestra unas imágenes que podemos relacionar con los inicios de la república. Podría venir del sur andino, en donde estaba más extendido el uso de este tipo de recipientes. En efecto, se trata de un quero, vaso que se empleaba por pares para brindar ritualmente y sellar alianzas, o al momento de celebrar ceremonias agrícolas y ganaderas. En el están representadas dos parejas muy diferentes, pero a la vez complementarias: un inca con su coya, y un soldado con su “rabona”. Durante la época de la Independencia, la imagen de los incas fue utilizada frecuentemente para señalar que la conquista española había sido un acto ilegítimo. Y a su vez, la imagen del humilde soldado funciona aquí como un símbolo de la lucha por la libertad, sobre todo en compañía de una “rabona”, su compañera en las campañas militares, quien se encargaba de cuidarlo y alimentarlo en toda circunstancia.

Francisco Javier de Luna Pizarro, ca. 1846. óleo sobre tela, 82 x 64.5 cm. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, Ministerio de Cultura del Perú

Aunque la participación del clero en la época de la Independencia fue intensa, estuvo profundamente dividida. Entre los más notables religiosos que asumieron la causa patriótica se encontraba el sacerdote arequipeño Francisco Javier de Luna Pizarro (Arequipa, 1780 – Lima, 1855). Era hombre de gran ilustración, formado en leyes y un fervoroso partidario del liberalismo republicano. Miembro del cabildo eclesiástico de Lima, Luna Pizarro se adhirió a la causa desde un primer momento. Integró la Junta de Purificación formada en 1822 para recibir las informaciones de los servicios prestados a la patria por los religiosos. Su brillante participación en los debates ideológicos de su tiempo lo llevaron a presidir el primer Congreso Constituyente del Perú, de orientación marcadamente liberal. Este retrato lo muestra en sus años de madurez, cuando ejerció el cargo de arzobispo de Lima (1846-1855), luego de una larga carrera como jurista, parlamentario y fundador de la república.

Memorias paralelas

María Lorenza Crespo y Palomino de Lúcar, ca. 1840-1845. óleo sobre tela, 72 x 62 cm. Museo de Arte de Lima. Donación Muriel Clémens, Susana de la Puente, Oswaldo Sandoval y Juan Carlos Verme
Eduardo Lúcar y Polo, ca. 1825-1830. óleo sobre tela, 70 x 59 cm. Museo de Arte de Lima. Donación Muriel Clémens, Susana de la Puente, Oswaldo Sandoval y Juan Carlos Verme

Poco se recuerda que varias ciudades del interior del Perú proclamaron su independencia antes que Lima. Huánuco, por ejemplo, lo hizo el 14 de diciembre de 1820, debido a la presencia del general Ignacio álvarez de Arenales en la sierra central. El militar había sido enviado por San Martín para promover la causa libertadora. En aquel momento, la ciudad estaba a cargo de Eduardo Lúcar y Polo, funcionario realista nacido el año 1782 en Huari (Ancash) y casado con María Lorenza Crespo, una rica hacendada de la región. Como subdelegado del partido de Huánuco, Lúcar convocó a un cabildo abierto y el vecindario se pronunció a favor de la causa revolucionaria. Tras presidir la proclamación de la independencia en la ciudad, la antigua autoridad virreinal se convirtió en alcalde, lo que afianzó su poder en la región. Estos retratos muestran a la pareja años después de aquel acontecimiento, cuando Lúcar ya era coronel del ejército peruano.

Juan José Cabezudo y un amigo, ca. 1827. Atribuido a Francisco Javier Cortés (Quito, ca. 1775 – Lima, 1839). Acuarela y témpera sobre papel, 23.5 x 34.2 cm. Museo de Arte de Lima. Donación Juan Carlos Verme

En setiembre de 1826, poco antes de su partida definitiva del Perú, el libertador Simón Bolívar fue agasajado con un convite en la Alameda de los Descalzos. La elaboración de la comida se encargó a Juan José Cabezudo, quien es representado aquí en una calle de Lima, del brazo de otro personaje afrodescendiente. Cabezudo era famoso tanto por su habilidad en la cocina como por ser considerado el “maricón” principal de Lima. Este término se usaba para insultar a los hombres que eran considerados como “afeminados”, aunque su sentido último se refería a la condición de homosexual. Si bien eran denominados de forma ofensiva e injuriante, los llamados “maricones” estaban integrados en la vida cotidiana limeña, aun cuando las prácticas religiosas pesaban fuertemente sobre la mentalidad colectiva. De hecho, tanto ellos como las tapadas eran los personajes más característicos de Lima durante las primeras décadas de la república. Pero a medida que el país se integraba al resto del mundo, se optó por ocultar la imagen de los “maricones”, por considerarla impropia de una ciudad "civilizada" como Lima.

Pelea callejera, ca. 1834-1841. Pancho Fierro (Lima, 1807-1879). Acuarela sobre papel, 22.8 x 29.8 cm. Museo de Arte de Lima. Donación Juan Carlos Verme

Acostumbrados a imaginar la Lima antigua como un lugar de despreocupación y derroche, se nos olvida que la desigualdad, la exclusión y la violencia eran parte de la vida cotidiana de la ciudad. En esta excepcional acuarela, el pintor afrodescendiente Francisco “Pancho” Fierro recrea una de las frecuentes peleas que se producían en las calles. Dos mujeres se enfrentan con arma blanca, mientras una tercera –con cicatrices en el rostro- se acerca para separarlas. El motivo de la disputa probablemente se relaciona con el personaje afroperuano vestido con elegancia, luciendo un traje que nos recuerda al que lleva Olaya en el retrato pintado por José Gil de Castro. Se trata de un pleito de “chuchumecas”, término despectivo que se aplicaba a las numerosas mujeres de los sectores populares que vivían públicamente del trabajo sexual.

Los límites de la libertad

Francisco de Paula Otero, 1829. José Gil de Castro (Lima, 1785-1837). óleo sobre tela, 70 x 58.5 cm. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú

Aunque hoy asociamos de manera absoluta a la causa de la Independencia con valores como libertad o igualdad, en realidad ella encerraba muchas contradicciones. En esta obra vemos a Francisco de Paula Otero (Jujuy, 1786 – Tarma, 1854), un comerciante argentino residente en Tarma que se adhirió desde el primer momento al Ejército libertador de San Martín. Otero proclamó la Independencia en esa ciudad el 18 de noviembre de 1820, y organizó numerosas guerrillas de montoneros gracias a sus estrechas relaciones con los arrieros que transportaban mercaderías en la sierra central. También demostró su valor a la llegada de Bolívar al Perú, y combatió en las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824. Tres años después, Otero fue enviado a “pacificar” por la fuerza a los campesinos indígenas de Iquicha, en la actual región de Ayacucho, quienes habían decidido mantenerse leales al rey de España y a un orden tradicional que les había brindado cierta protección legal. Para los iquichanos, la independencia no representaba necesariamente un cambio positivo, entre otras cosas, debido a los constantes cupos impuestos por el nuevo régimen republicano.

Mariana Micaela de Echevarría, 1822. José Gil de Castro (Lima, 1785-1837). óleo sobre tela, 203.8 x 127.5 cm. Ministerio de Relaciones Exteriores, Palacio de Torre Tagle, Lima
José Bernardo de Tagle y Portocarrero, 1828. José Gil de Castro (Lima, 1785-1837). óleo sobre tela, 215.7 x 130.3 cm. Ministerio de Relaciones Exteriores, Palacio de Torre Tagle, Lima

Seis años de diferencia separan a esta pareja de retratos de los marqueses de Torre-Tagle, pintados por Gil de de Castro. Su distinto carácter refleja la compleja posición de la aristocracia criolla liberal durante ese breve lapso. El primer lienzo representa a Mariana de Echevarría (¿Lima? – Callao, 1825) en 1822, cuando era primera dama de la nación como esposa del Supremo Delegado Bernardo de Tagle, hombre de confianza de José de San Martín. Sobre su elegante traje napoleónico en rojo y blanco, la marquesa luce la banda patriótica creada por el Libertador para premiar la contribución de las mujeres a la causa de la Independencia con un lema que decía “A las más sensibles”. Tras la llegada de Bolívar, en 1823, la suerte de los marqueses cambió por completo. El Libertador caraqueño suprimió los títulos nobiliarios, declaró traidor a José Bernardo de Tagle (Lima, 1779 – Callao, 1825) y lo condenó a pena de muerte. Este optó por buscar refugio en el Real Felipe, controlado por los españoles, junto con un grupo de realistas recalcitrantes. Allí murieron ambos esposos y dos de sus hijos. En 1828, una hermana del marqués encargó a Gil de Castro su retrato póstumo, en el que aparece con uniforme oficial español y funcionario de la corona, luego de haber sido el segundo presidente del Perú.

Montonero con bandera negra de la muerte, 1835. Pancho Fierro (Lima, 1807-1879). Acuarela sobre papel, 23.1 x 15.7 cm. Museo de Arte de Lima. Donación Juan Carlos Verme

La guerra de Independencia no solo enfrentó a tropas formales y relativamente organizadas. También se libró por medio de grupos pequeños de guerrilleros o montoneros. Su principal función era obstaculizar las operaciones militares del enemigo atacándolo por sorpresa, aunque sin entrar en combate directo con los grandes ejércitos. Como nos muestra esta acuarela de Pancho Fierro, los montoneros solían ser afrodescendientes libertos o esclavos que habían fugado para unirse a la causa patriota, así como campesinos de comunidades indígenas. Ellos cumplieron una función estratégica importante para el triunfo de la causa independentista. Pero precisamente el no pertenecer a un ejército regular ejercían una libertad de acción que comprendía desde el apoyo mercenario a los caudillos militares hasta el robo abierto y el bandolerismo.