Indígena, noble y vasallo del rey

El retrato de Túpac Amaru nos remite al complejo panorama de la sociedad virreinal. Por lo general, imaginamos que la conquista española trajo consigo una ruptura total con el pasado incaico. Pero se trató de un proceso mucho más complejo. Si por un lado implicó la imposición de todo un nuevo orden cultural, al mismo tiempo su consolidación solo fue posible estableciendo alianzas con sectores importantes de las elites indígenas. Numerosos caciques locales se aliaron a los conquistadores para luchar contra los incas, actitud que en muchos casos les valió recibir privilegios especiales. La corona española también reconoció la condición de nobles al algunos de los descendientes de los “emperadores” incas, promoviendo su integración privilegiada en el orden virreinal.

Muchos aspectos de la elite indígena que hoy conocemos provienen de las peticiones y procesos legales que buscaban demostrar la ascendencia noble de sus integrantes. Uno de los más importantes juicios de este tipo fue el que enfrentó a José Gabriel Condorcanqui y a Diego Betancurt. Ambos afirmaban que eran descendientes directos de Felipe Tupac Amaru, el inca que fuera mandado a ejecutar por el virrey Francisco de Toledo en 1572. Para demostrar su linaje real –que provenía de su madre, Manuela Túpac Amaru-, Betancurt incluyó un extenso árbol genealógico de su familia.

Árbol genealógico que demuestra la sucesión de don Felipe Túpac Amaru y doña Juana Quispesisa, ca. 1780-1800. Anónimo. Tinta y acuarela sobre papel. Archivo Regional del Cuzco. Foto: ©Pablo Cruz

El expediente de Betancurt también incluye los títulos de nobleza asociados a sus respectivos padres, con los escudos nobiliarios de los Betancurt y los Tupa Amaru otorgados como privilegio por la corona española. Es decir, estos distintivos familiares expresan la pertenencia a un linaje noble inca previo a la conquista, pero también la obediencia al rey español. Es con este sentido que el escudo de los Tupa Amaru aparece en el retrato de la madre de Diego Betancurt, Manuela Tupa Amaru, acompañado incluso del propio escudo real hispano.

Armas pertenecientes a la nobilísima Casa de Betancur, según sus privilegios y mercedes de los Reyes Católicos, ca. 1777. Anónimo. Tinta y acuarela sobre papel. Archivo Regional del Cuzco. Foto: ©Pablo Cruz
Armas concedidas por Carlos I en 9 de mayo de 1545 a don Juan Tito Tupa Amaro, , ca. 1777. Tinta y acuarela sobre papel. Archivo Regional del Cuzco. Foto: ©Pablo Cruz

La nobleza indígena tenía muy claro que su posición privilegiada en la sociedad virreinal dependía de la protección de la corona española. Por ese motivo, una de las principales aspiraciones de sus integrantes era tener una participación destacada en las ceremonias donde se expresaba públicamente la fidelidad al Rey. En el Cuzco, la antigua capital de los incas, veinticuatro indígenas nobles –representantes de las familias de ascendencia real inca de la ciudad- elegían al alférez real de los incas. Se trataba del encargado de portar el estandarte real español en la fiesta del apóstol Santiago. El cargo es tan importante, que algunos indígenas nobles se hicieron retratar junto a aquel emblema del poder hispano.

Manuela Tupa Amaru, ca. 1777. Anónimo. Óleo sobre tela, 167 x 106 cm. Ex colección Francisco Stastny. Museo de Arte de Lima. Donación colección Petrus y Verónica Fernandini
Marcos Chiguan Topa, ca. 1740. Óleo sobre tela, 199 x 130 cm. Museo Inka, Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco

Pero la relación con el dominio español no debió de ser tan sencilla para aquellos curacas que buscaron proteger a sus comunidades que debían pagar tributo. La mayoría de estos indígenas nobles no rechazaban a la figura del rey – de la que habían recibido sus privilegios -, sino que entraron en conflicto directo con las redes de poder local. En última instancia, tanto el poder de un monarca como los privilegios de una nobleza –indígena o no- partían de una concepción de la sociedad que afirmaba la desigualdad natural de sus integrantes.