Túpac Amaru

¿Cómo era Tupa Amaro? ¿Cómo era su rostro? ¿Cómo se vestía? ¿Cuáles eran sus gestos? ¿Cuál el timbre de su voz? Son preguntas para las cuales apenas tenemos respuestas. Sabemos más sobre quién era José Gabriel Condorcanqui y sobre la Gran Rebelión que lideró, que sobre sus actitudes o sobre su apariencia. Acerca de estos temas, los documentos conservados en los archivos nos dicen poco, casi siempre a través de testimonios de testigos en el proceso de los juicios que se llevaron a cabo contra los rebeldes. A pesar de todo ello, su personalidad, su temperamento y su aspecto físico son asuntos que han ocupado centralmente a artistas e historiadores, tanto que recuperar su imagen ha sido casi tan importante como pensar la historia que protagonizó. [1]

Esta suerte de obsesión tiene un contexto, relacionado con ideas surgidas en el siglo XIX, largo tiempo después de la muerte de Tupa Amaro, cuando la centralidad del individuo y el culto a los grandes hombres (una categoría que era de entrada excluyente de las mujeres), acompañó la expansión y democratización del retrato como un género central de la modernidad. Por eso, lo que quisiéramos saber hoy no necesariamente coincide con las preocupaciones de los propios protagonistas de la historia. Lo que esperamos de los retratos, la forma en que los pensamos, no es igual a cómo se concebían en la época del retratado.

El Rebelde Tupac Amaro, ca. 1781-1800. Anónimo. Acuarela y tinta sobre papel, 33.5 x 21.4 cm. Colección particular, Argentina Foto: ©Nicolás Vega

El reciente descubrimiento de una acuarela de Tupa Amaro en una colección argentina parecería abrir una puerta para comprender muchas de las preguntas que tenemos sobre la apariencia del líder rebelde[2]. Se trata sin duda la imagen más antigua que se ha conservado de José Gabriel Condorcanqui. Aunque sabemos poco de su procedencia, todo indica que fue copiada quizás después de su muerte, de un retrato creado en el contexto de la rebelión. La imagen lo muestra coronado con la mascapaicha inca, vestido con un lujoso traje negro de ribetes dorados y montado sobre un caballo blanco, que guía sosteniendo las riendas con una mano, mientras con la otra levanta una espada.

¿Era así Túpac Amaru? ¿Podemos tomar esta imagen como una representación transparente de su apariencia? Si la estudiamos con detenimiento veremos que, en realidad, más que una imagen que nos permita acercarnos al aspecto físico de Túpac Amaru, lo que tenemos es una representación que proyecta su poder y su estatuto social. Lo que nos muestra no es cómo lo veían los demás, sino cómo él quería que los demás lo vieran.

La acuarela, en efecto, deriva de los retratos que el propio Tupa Amaro mandó pintar para difundir su imagen en el proceso de la rebelión. Podemos pensarlo como una pieza en una estrategia mayor de propaganda política. Los retratos que mandó a hacer buscaban establecerlo como líder político del movimiento insurgente. Hay noticias de uno de esos retratos, capturado por los españoles, que fue presentado como prueba en el juicio contra los rebeldes. Micaela Bastidas declaró que era:

“el retrato de su marido, con las insignias reales, que lo pintó un zambo Antonio [Oblitas], que se hallaba preso, a quien se lo mandó pintar su marido; diciendo que por si lo mataban, quedaría este retrato para memoria de los Tupamaros, que el pensamiento fué de su marido y que el fin era para que lo viesen en las provincias, y después enviarlo a España”[3].

El mismo lienzo fue mostrado luego en la audiencia de Hipólito Tupa Amaro, quien también confirmó que era obra del “zambo Antonio” y que había sido hecho “con el fin de enviarlo a las tierras de arriba para que lo conociesen los indios”[4] . El retrato mostrado en el juicio era parte de una composición más compleja con escenas de la batalla de Sangarará que, como el propio Tupa Amaro relataría, “el pintor las puso de su cabeza” y no figuraban en el retrato “que envió a la tierra arriba”[5].

Ese otro retrato más simple, en que figuraba montado a caballo y coronado, habría sido pintado, según Oblitas, por el artista indígena Simón Ninacancha. La pintura fue enviada al Collao, región a donde Tupa Amaro primero proyectó la rebelión[6] . Otras referencias confirman la circulación de sus retratos en el Alto Perú[7] . Sugieren que se trataba de pinturas sobre lienzo, aunque sería posible pensar que también circularon grabados inspirados en esos modelos para dar mayor alcance a la difusión de su imagen[8] . En Cochabamba, ciudad entonces perteneciente al Virreinato del Río de la Plata –también el último punto que visitó el autor de la serie de acuarelas de la que esta pieza forma parte–, todos se habían “…sublevado a un mismo tiempo por Carnestolendas que fue la orden del Rebelde Tupac Amaru, cuyo Retrato han sacado los Yndios, y a quien intitulan su Rey y Redentor con desacato y desvergüenza de nuestro Rey Don Carlos”[9].

Tanto por su procedencia como por su parecido con las descripciones textuales que se conservan, no hay duda de que esta acuarela se inspiró en uno de los retratos perdidos que el propio líder rebelde comisionó en el curso de la rebelión, posiblemente en la imagen pintada por Ninacancha. Es interesante que, a diferencia de la iconografía heroica surgida en el siglo XX para recordarlo, esta imagen no sea propiamente un retrato, sino más bien una representación emblemática, en que los símbolos de poder toman prioridad frente al rostro y el cuerpo. El propósito no era proyectar la apariencia física del líder rebelde como seña de su carácter, sino mostrar su poderío: en su propósito político, la imagen debía transmitir la autoridad y la ascendencia real del líde[10]

Esa función corresponde con el uso que tenían los retratos en el período colonial, que tenían como objeto sobre todo mostrar el lugar que el retratado ocupaba en la sociedad. Es necesario recordar que el retrato estuvo reservado sobre todo a personas de alto nivel económico y social, y que el hecho mismo de contar con un retrato implicaba desde ya un estatuto privilegiado. Existen otros indicios de la posición elevada que el líder rebelde quería para sí. Diversos testimonios dan cuenta de que en cada pueblo en el que entraba, Tupa Amaro exigía ser recibido “a la Puerta de la Yglesia con Palio, Capa de Coro, Yncensiario y agua bendita, como correspondía a su persona”[11]

Los retratos estaban dotados también de un poder especial. Se veían como objetos de alguna forma vivos, que podían transmitir de manera efectiva la presencia y el poder del retratado, representarlo ante terceros, e incluso sustituirlo[12] . Humillar o destruir los retratos tenía, por lo mismo, una importante carga simbólica. Se sabe que, como castigo ejemplar, en el proceso de debelar la rebelión, el clérigo José Sahuaraura colgó de la horca en Tinta el retrato de Tupa Amaro, el cuadro que el propio líder rebelde “había mandado pintar a cavallo con la sorpresa de Sangarará”[13] . El reconocimiento del poder político de esas imágenes conduciría no sólo a la prohibición de emblemas y pinturas asociadas a Tupa Amaro, sino además de todas las representaciones de la nobleza indígena, incluyendo los retratos de quienes habían defendido el orden virreinal y habían combatido contra los rebeldes.

En su propia época, los retratos de Tupa Amaro tenían funciones que iban más allá de la simple representación de su aspecto y facciones. Sería por eso importante entender por qué, desde el presente, reconstruir su rostro parecería ser lo que más interesa. Sería posible identificar detrás de esa fascinación una expresión del culto a la personalidad, y acaso incluso una afinidad con el caudillismo del héroe singular. Quizás eso explique por qué, en la imaginación popular, la imagen del héroe sea un asunto de mayor gravitación que esos otros aspectos de la rebelión que han ocupado a los historiadores, quienes han buscado indagar en las motivaciones de la rebelión, en las razones de su enorme impacto regional y en el modo cómo ha subsistido como un referente vivo de la memoria colectiva.

Bibliografía

  1. [1] Véase el exhaustivo estudio de Leopoldo Lituma, El verdadero rostro de Túpac Amaru (Perú, 1969-1975) (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2011)
  2. [2] Natalia Majluf, “El rebelde Túpac Amaru”, en Un viajero virreinal. Acuarelas inéditas de la sociedad rioplatense (Buenos Aires: Hilario, Artes, Letras & Oficios, 2015): 164-167. Véase también la entrada sobre la imagen de Julián Apasa, pp. 168-169.
  3. [3] Expediente de Micaela Bastidas, 21 de abril de 1781, en Los procesos a Tupac Amaru y sus compañeros, Colección documental del bicentenario de la revolución emancipadora de Tupac Amaru, tomo IV, vol. II, Luis Durand Flórez, ed. (Lima: Comisión Nacional del Bicentenario de la Revolución Emancipadora de Tupac Amaru, 1982): 44-45. Transcrito en Carlos Daniel Valcárcel, ed., La rebelión de Túpac Amaru. La rebelión, Colección Documental de la Independencia del Perú, II, vol. 2. (Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971): 717; Estenssoro, “La plástica colonial y sus relaciones con la Gran Rebelión”, 167.
  4. [4] “Preguntósele si sabe le hubiesen retratado a su padre, quién lo hizo, quién lo mandó y con qué fin, responde es cierto le retrató a su padre el zambo Antonio con el fin de enviarlo a las tierras de arriba para que lo conociesen los indios, y habiéndosele manifestado un lienzo, dijo ser el mismo que pintó dicho Antonio, bien que el confesante no lo vio acabado todo, sino que mucho de él estaba en bosquejo y responde.” Véase la causa contra Hipólito Tupa Amaro, en Los procesos a Túpac Amaru y sus compañeros, Colección documental del bicentenario de la revolución emancipadora de Tupac Amaru, tomo IV, vol. II, Luis Durand Flórez, ed. (Lima: Comisión Nacional del Bicentenario de la Revolución Emancipadora de Túpac Amaru, 1982): 100.
  5. [5] Citado en Estenssoro, “La plástica colonial y sus relaciones con la Gran Rebelión”, 166. Tanto este autor como Teresa Gisbert relacionan esta composición más compleja con un cuadro más tardío, probable copia de la obra de Oblitas, que es parcialmente reproducido por Pablo Macera, El retrato de Túpac Amaru (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1975).
  6. [6] Confesión de Antonio Oblitas, Cuzco, 4 de mayo de 1781, Archivo General de Indias, Lima, 665, n. 1, f. 424-424v. Para un útil resumen del curso de la rebelión en el sur andino véase Charles Walker, La rebelión de Túpac Amaru, trad. De Óscar Hidalgo Wuest (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2015).
  7. [7] En el juicio contra Oblitas, Francisco Cisneros declaró que “este hizo dos Retratos del Rebelde, y el uno lo llebó Juan de Dios Curaca Indio casique de Azangaro para remitirlo a la Paz”. Declaración de Francisco Cisneros, Cuzco, 26 de abril de 1781. Archivo General de Indias, Lima, 665, n. 1, f. 421v.
  8. [8] Boleslao Lewin da noticias de “estampas de Túpac Amaru en poder de sus adherentes”, pero no da referencias precisas. Véase La rebelión de Túpac Amaru y los orígenes de la Independencia de Hispanoamérica, 3ª ed. ampliada (Buenos Aires: Sociedad Editorial Latino Americana, 1967): 104-105.
  9. [9] “Carta que refiere los estragos hechos por los Yndios alzados en Suches mineral de la provincia de Larecaja del obispado de La Paz; y en los pueblos de Arque, Hapacari, y Colcha de la provincia de Cochabamba, perteneciente al Arzobispado de La Plata”, 26 de febrero de 1781, en Carlos Daniel Valcárcel, ed., La rebelión de Túpac Amaru. La rebelión, Colección Documental de la Independencia del Perú, II, vol. 2. (Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971): 509. Citado por Gisbert, Iconografía y mitos indígenas en el arte, 209.
  10. [10] Estenssoro sugiere que al mostrarlo montado, estas representaciones habrían buscado establecer además un paralelo con la imagen del apóstol Santiago, a quien se relacionaba con Illapa. Estenssoro, “La plástica colonial y sus relaciones con la Gran Rebelión”, 165-166ss.
  11. [11] “Relación del excito que tuvo la expedición y salida que hizo el corregidor de Puno con las milicias de su provincia acia la de Lama con el fin de contener lo sinsultos que executaban en ella los comisionados de Josef Gabriela Tupac Amaru,” en Carlos Daniel Valcárcel, ed., La rebelión de Túpac Amaru. La rebelión, Colección Documental de la Independencia del Perú, II, vol. 2. (Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971): 415. Esta cita corresponde a su ingreso a Ayaviri. Véase también en el mismo tomo detalles de su ingreso a Andahuaylillas, Oropesa y Acomayo.
  12. [12] Sobre el retrato como prueba de verdad véase Francisco Stastny, “Iconografía, pensamiento y sociedad en el Cuzco virreinal,” Cielo Abierto VII, no. 21 (julio-agosto de 1982): 40-55. Véase también Natalia Majluf, “Manuela Tupa Amaro, Ñusta,” en Ricardo Kusunoki, ed., El arte de la pintura en los Andes. La colección Petrus y Verónica Fernandini (Lima: Museo de Arte de Lima, 2015): 176-178.
  13. [13] Véase la declaración de José Sahuaraura de 7 de noviembre de 1785 en el “Expediente seguido en cumplimiento de la Real Orden de 5 de octubre de 1783 sobre que se informe el premio que deverá darse a los hijos del cazique de Anta por su lealtad y buenos servicios hechos en las passadas turbaciones del Reyno,” en en Guillermo Durand Florez, ed., La rebelión de Túpac Amaru, Colección Documental de la Independencia del Perú, II, vol. 4. (Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971): 249. Véase también el “Diario de las operaciones de las columnas o división al mando del coronel de los reales exércitos don Gabriel de Avilés hasta después de la entrega de los reos rebelados, siendo el principal de ellos Josef Gabriel Tupac Amaru,” en Valcárcel, ed., La rebelión de Túpac Amaru. La rebelión, II, vol. 2, 636.