Acércate a La proclamación de la Independencia

Desde sus inicios como pintor en Lima, Lepiani se propuso realizar grandes obras dedicadas a mostrar acontecimientos trascendentes de la historia peruana. Pero el alto costo de este tipo de cuadros y su gran tamaño hacían difícil que los adquiriese un coleccionista privado. Su destino obligado eran los museos e instituciones públicas. Por eso fue tan importante para Lepiani obtener una beca oficial, que le permitiera viajar a Europa para completar su formación y dedicarse a la pintura de historia.

Como era usual para los becarios estatales, Lepiani estaba obligado a compensar la subvención de sus estudios enviando algunos cuadros, cuyo destino ideal sería un Museo Nacional. Eso fue, por lo menos, lo que ocurrió con La proclamación de la Independencia, que Lepiani terminó en Roma en 1904. Y poco después la obra se convirtió en una imagen muy conocida, gracias a su reproducción en todo tipo de medios, aunque al mismo tiempo muchos cuestionaban su rigor histórico y su calidad artística.

Si bien se trata de una de las pinturas más reproducidas de la historia del arte peruano, pocos se han detenido a observar sus detalles. Es una composición muy ambiciosa por sus dimensiones y por el número de personajes que contiene. La obra muestra el instante en que José de San Martín, ubicado en un tabladillo y acompañado por algunos de sus altos mandos y otras personalidades, proclama la independencia ante una multitud reunida en la Plaza Mayor de Lima.

La proclamación de la Independencia, 1904. Juan Lepiani (Lima, 1864 - Roma, 1932). Óleo sobre tela, 274 x 397 cm.
Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú.

Observemos la figura principal en el centro de la composición. No necesitamos ver su rostro, para reconocer en ella a San Martín, quien es el protagonista principal de la escena. A pesar de que está de espaldas a nosotros, sus emociones se expresan con claridad gracias a la forma como levanta el brazo derecho mientras sostiene con decisión la bandera peruana. El símbolo nacional, sin embargo, es el actual y no el que estaba vigente cuando el Libertador proclamó la independencia. Aunque este probable error del pintor ha sido objeto de muchas críticas, también permite que un público muy amplio se identifique con la escena y su carácter patriótico, y no solo aquellos que conocen cuál fue el aspecto de la bandera antigua.

¿Podemos reconocer a quienes acompañan a San Martín? Resulta difícil decirlo. A simple vista, distinguimos a varios oficiales de alto rango, vestidos con elegantes uniformes, y a personajes civiles de la elite. A ellos se suma un fraile mercedario, cuya aparición en el tabladillo de San Martín también ha sido considerada como contraria a la verdad histórica. Pero su figura permite balancear la composición general del cuadro, que en el lado derecho está dominada por la figura de un oficial, quien está completamente de espaldas a nosotros.

Por ser pintor y no historiador, la principal preocupación de Lepiani no era reflejar a la perfección cómo pudo haber sido realmente la proclamación de la Independencia. Para él era más importante que su obra resultase creíble y emocionante. En ese sentido, la figura del fraile con hábito blanco permite romper con la monotonía del grupo representado alrededor de San Martín, cuyos integrantes visten todos de manera muy similar. A su vez, la presencia del mercedario puede interpretarse como un reconocimiento a los numerosos religiosos que se comprometieron con la causa libertadora. Sin embargo, la libertad con que Lepiani construye esta escena del pasado tiene un límite muy claro. No hay ninguna mujer entre los personajes que rodean al Libertador, y tampoco se ven indígenas o afrodescendientes.

Junto con el fraile, hay otro personaje que también destaca cerca de San Martín. Es el único al que podemos ver el rostro completo, ya que dirige su mirada hacia nosotros de manera frontal. Se trata de un hombre joven y de aspecto muy idealizado, al punto que no es posible identificarlo como un personaje histórico real. Según la tradición, sería un autorretrato de Lepiani. Sea como fuere, su rol es fundamental en el cuadro, ya que es quien nos invita a ingresar a la escena y a participar de la ficción creada por el pintor.

Lepiani busca establecer una conexión casi física con la escena representada, al punto que la alfombra de diseños geométricos parece extenderse por debajo de nuestros pies. Esta sensación es la que crea la ilusión de verdad que da sentido al cuadro, de manera que resulta innecesario identificar a quienes componen la escena o el lugar exacto en donde ella se desarrolla. Mientras que los personajes más cercanos a nosotros aparecen de espaldas, nuestra mirada se conecta directamente con la del gentío que no solo llena la Plaza Mayor, sino también balcones, azoteas e incluso la fachada de la catedral.

En la multitud que se ubica frente a nosotros, distinguimos con cierta precisión a algunos hombres, a una mujer con la cabeza cubierta, y a un afrodescendiente. Nuestra mirada, no obstante, termina por perderse ante los innumerables personajes anónimos que se agolpan para presenciar el acontecimiento.

Después de detenernos en los distintos componentes del cuadro podemos concluir que la falta de rigor histórico de muchos de esos detalles no es casual. Sobre todo si se considera que la obra estaba destinada a estimular el sentimiento patriótico del espectador. Hacerlo sentir parte de una nación peruana, cimentada en un solo pasado y proyectada en una sola dirección hacia el futuro. Es decir, lo que buscaba el pintor era conectar dos multitudes separadas por la historia, aunque supuestamente unidas por un mismo sentimiento: la que aparece representada en la escena de la Proclamación, y la conformada por nosotros, los espectadores del cuadro. Pero entre ellas existe una evidente distancia, que podríamos reconocer si el pintor hubiera intentado reconstruir la escena tal y como fue. Al suprimir todo detalle concreto, Lepiani no nos invita a comprender lo que significó el hecho histórico real. Lo que busca es apelar a nuestras emociones para evocar la independencia como un acontecimiento triunfal y sin contradicciones.