Historias paralelas

A lo largo de su casi dos años de estadía en el Perú, desde setiembre de 1820 a setiembre de 1822, José de San Martín promovió la creación de numerosos símbolos para el nuevo orden independiente. Sin embargo, no dejó muchas imágenes suyas. Su único retrato oficial pintado en el Perú del que se tiene noticia fue el que realizó el maestro mulato Mariano Carrillo poco antes de que el Libertador abandonase el país. La imagen hecha por Carrillo puede resultarnos muy modesta, pero nos dice mucho más sobre la época de la Independencia que la gran composición de Lepiani.

En setiembre de 1822, un año después de proclamada la independencia en Lima, San Martín se alistaba para abandonar definitivamente el Perú, convencido de que su permanencia significaría un obstáculo para derrotar al ejército realista. Es probable que al enterarse de la pronta partida del Libertador, el Cabildo limeño decidiera comisionar su retrato a Carrillo.

José de San Martín, 1822. Mariano Carrillo (Lima, activo 1793-1822).Óleo sobre tela, 210 x 140 cm. Museo Histórico Nacional, Santiago de Chile. Foto: © Museo Histórico Nacional, Santiago de Chile

La obra resultante posee un aspecto mucho más esquemático que el resto de la producción conocida de ese pintor, lo que se explicaría por la necesidad de concluir rápidamente el cuadro. En probable que por tal motivo, Carrillo trabajase con cierto cuidado solo algunos detalles, como el rostro de San Martín y aquellos elementos que identifican su papel en el proceso de Independencia: la medalla de la Orden del Sol –creada por el propio Libertador – y la de la Legión de Mérito de Chile.

El retrato puede ser visto como el cierre simbólico de una de las épocas más complejas de la historia de Lima. San Martín había ingresado a la ciudad el 12 de julio de 1821, y tres días después los vecinos debieron decidir si aceptaban o no la independencia. Pero, como cuenta el historiador Timothy Anna, ellos no tenían más alternativa que firmar la declaración, o huir. Muchos buscaron refugio en los castillos del Callao, que permanecieron en poder de las tropas realistas hasta su captura momentánea en septiembre de 1821, lo que aparece representado al fondo del cuadro. Se trataba de un acontecimiento clave, ya que al tomar aquellas fortalezas, las tropas independentistas rompieron el bloqueo a los suministros de alimentos que llegaban por barco a la ciudad de Lima.

La obra incluye una cartela cuya leyenda nos devuelve a la comparación entre Carrillo y Lepiani. En efecto, ese texto protagónico, rodeado por unas coronas de laurel no presenta una pequeña biografía de San Martín o la mención a los cargos que desempeñara durante su estadía en Lima. Se refiere más bien a la participación del Libertador en las declaraciones de Independencia de Chile y el Perú. A ello se suma otra inscripción en la parte inferior del lienzo: “El Excmo. Sor D.n José de San Martín, Jeneralísimo del Peru. Entro en Lima el 2 de Julio de 1821 y se embarcó p.a Chile el 20 33 Spt.e de 1822”

No parece casual que, en recuerdo de la proclamación de la Independencia, el Ayuntamiento limeño encargase el retrato de San Martín antes que un cuadro narrativo que representase ese acontecimiento. Ello confirma la importancia que en aquel momento tenían los retratos, ya que eran considerados como el medio ideal para perennizar los hechos claves de aquel tiempo fundacional, por encima de cualquier otro género pictórico. La historiadora Natalia Majluf nos dice que este protagonismo se debía no solo al notable desarrollo que el retrato había alcanzado a fines del periodo virreinal, sino que además este género expresaba perfectamente un nuevo énfasis en el heroísmo individual. Es decir, que a diferencia de las antiguas jerarquías coloniales, definidas desde el nacimiento, el orden republicano reivindicaba los logros obtenidos por el mérito personal.

La incertidumbre y la crisis económica habían acompañado la vida cotidiana en Lima a lo largo de los dos años de estadía de San Martín. Pero la pintura podía considerarse como un gesto de agradecimiento al Libertador, ya que este finalmente dejaba el poder en manos de un Congreso Constituyente elegido y formado por los propios ciudadanos del país. Para facilitar su trabajo, el cabildo entregó a Carrillo un retrato del virrey Fernando de Abascal que la misma institución había encargado unos años antes. Carrillo pintó a San Martín encima de la imagen de Abascal, como si de esa forma borrase definitivamente el recuerdo del dominio español.

Sin embargo, la independencia de Lima ni siquiera estaba sellada. A mediados de 1823, las tropas realistas ocuparon temporalmente la ciudad. Pero lo peor vendría el 27 de febrero de 1824, cuando el ejército patriota debió abandonar Lima. Completamente desprotegida, la ciudad vivió momentos de terror hasta que, dos días después, las tropas realistas volvieron a tomar la capital, y no la abandonaron definitivamente hasta diciembre de ese año. Al estar en desacuerdo con Simón Bolívar, a quien consideraban un extranjero, muchos limeños decidieron pactar en aquel momento con el ejército realista. Pero Lima tampoco era el lugar en donde se jugaba la suerte real de la Independencia, que terminaría consiguiéndose en Junín y Ayacucho.